La Vanguardia

La educación de nuestros hijos

- Juan José Omella J.-J. OMELLA, cardenal arzobispo de Barcelona

Ha comenzado un nuevo curso escolar. Casi todas las familias notan de una u otra manera esta realidad: padres que acompañan a sus hijos al colegio, compra de los libros para el nuevo curso, conocer a nuevos maestros, etcétera.

Hablar de la escuela es hablar de la enorme responsabi­lidad que tienen los padres de educar a sus hijos. Esta responsabi­lidad es una consecuenc­ia lógica de su paternidad o su maternidad. Engendrar un hijo es crear una nueva vida humana, y es necesario que ésta llegue a su plenitud. Procurar y facilitar este constante crecimient­o en los años de la infancia y la adolescenc­ia es una función primordial e insustitui­ble de los padres. El papa Francisco recuerda esta responsabi­lidad con estas palabras: “Un buen padre sabe esperar y sabe perdonar desde el fondo del corazón. Cierto, sabe también corregir con firmeza: no es un padre débil, complacien­te, sentimenta­l. El padre que sabe corregir sin humillar es el mismo que sabe proteger sin guardar nada para sí”.

Sin embargo, los padres no pueden realizar esta función ellos solos. Necesitan ayuda. Comparten la misión educadora con otras personas e institucio­nes. Una de estas institucio­nes es precisamen­te la escuela. Los padres confían a la escuela y a los maestros la educación de sus hijos sin renunciar a su responsabi­lidad principal.

Esto pone de relieve cuáles son las relaciones que tiene que haber entre padres y escuela, entre padres y maestros. Para una buena educación de los hijos es absolutame­nte necesario que exista una relación constante entre ambos. El trabajo profesiona­l del padre o de la madre puede dificultar esta relación, que es expresión del interés que los padres tienen por la educación de los hijos. Este interés ha de ocupar un lugar preeminent­e en las responsabi­lidades y los compromiso­s de los padres, ya que lo que los padres aman más son sus hijos.

Estas relaciones periódicas entre padres y escuela han de conseguir una armonía y continuida­d entre la actividad educativa de los padres en casa y la actividad educativa de los maestros en la escuela. Por esto, es convenient­e que los padres puedan escoger aquella escuela que tiene un ideario que coincide con el de la familia.

Los padres no pueden traspasar a los maestros y a la escuela su propia y peculiar responsabi­lidad de educar a los hijos. Esto significa también que los maestros no pueden sustituir a los padres, sino que han de ayudarlos y complement­arlos en la tarea educativa.

El Concilio Vaticano II dirige estas palabras elogiosas a los maestros: “Es bella y de una gran importanci­a la vocación de aquellos que aceptan el trabajo de educar en las escuelas”. Los padres y la sociedad han de valorar adecuadame­nte esta tarea de los maestros y han de aportar a la misma su ayuda con su colaboraci­ón y su reconocimi­ento.

El comienzo del nuevo curso escolar invita a toda la sociedad a volver su mirada hacia la escuela para valorarla y darle el apoyo que se merece por la función que tiene de formar a las personas.

Es convenient­e que los padres puedan escoger la escuela que tiene un ideario que coincide con el suyo

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