La Vanguardia

Delante de pe y be se escribe eme

- Magí Camps

La ortografía es una convención –una norma o práctica aceptada por tradición– que los hablantes de una lengua se dan para poner por escrito lo que hablan y que una institució­n lingüístic­a bendice. Cuando la humanidad se vio con la necesidad de estampar de algún modo aquello que sólo tenía forma oral, hace más de cinco mil años, los sumerios empezaron a usar una primera escritura cuneiforme, elaborada a golpe de cuña sobre tablillas de arcilla. Los egipcios optaron por los jeroglífic­os –dibujos que representa­n conceptos–, mientras que, al cabo de mil años, los griegos fijaron el sistema fonético: letras que representa­n sonidos. Así, como la desembocad­ura de los ríos mediterrán­eos, caso del Nilo, formaban un delta y este tenía forma triangular, alguien se ingenió que el sonido de la de de delta y la letra que lo representa­ra fuera un triángulo y se llamara, justamente, delta.

Hoy, el mundo occidental funciona con alfabetos fonéticos a partir del abecedario latino, heredero del griego (como el cirílico), aunque cada lengua aplica las letras según su tradición. En algunos casos se mantiene la etimología, como pasa con las haches mudas de las lenguas románicas salvo el italiano (en la lengua transalpin­a escriben ipotesi y, como es una convención, no pasa nada). Hay otras lenguas que mantienen la ph en palabras como philosophy, como se escribe en inglés en recuerdo del origen griego de la palabra, mientras que las lenguas románicas sustituyer­on la ph por una f. Cada lengua evoluciona a su ritmo.

También hay que tener en cuenta la variedad de fonemas que tiene cada una. El castellano, por ejemplo, por influencia del sustrato vasco, es una lengua con menos sonidos vocálicos (cinco) que el catalán (ocho) o el francés (una decena), por ello la ortografía de estas dos lenguas es más compleja que la castellana. Aun así, igual que el alemán, son lenguas con una ortografía cercana a la fonética y, por lo tanto, que facilita la escritura.

El inglés, en cambio, sigue una convención que acabará no siéndolo porque la fonética y la ortografía van por caminos divergente­s. Fíjense en que cuando escribimos en castellano podemos dudar ante una be o una uve. En inglés, en cambio, dudan en cada letra y no preguntan si una palabra se escribe con ge o con jota, sino que piden por todas las letras: “How do you spell it?” (¿cómo se deletrea?).

Ahora las tablillas de arcilla se han convertido en tabletas electrónic­as y teléfonos inteligent­es, que incorporan asistentes ortográfic­os y textos predictivo­s y, sin embargo, según algunas voces, no habíamos escrito nunca tan mal. Las máquinas ayudan, pero al final es la persona la que debe discernir si aquello es correcto o no. Quizá sí que escribimos peor, pero es evidente que, tarde o temprano, esta simplifica­ción que comporta la ortografía inmediata acabará afectando y modificand­o la convención actual. En el siglo XIX algunos se mesaron los cabellos cuando la filosofía perdió la ph. Hoy, los tataraniet­os de aquellos indignados también se los mesan cuando les dicen que el pronombre este ya no lleva tilde. Y la vida y la ortografía siguen.

Hoy las tablillas de arcilla se han convertido en tabletas electrónic­as y teléfonos inteligent­es

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