La Vanguardia

Por qué Andy Warhol

Algunos museos son reticentes a exponer a los nombres más comerciale­s de la cultura. Pero no hay artista famoso que no merezca relecturas interesant­es. Compatibil­izar la exposición taquillera con discursos audaces es felizmente posible.

- mmolina@lavanguard­ia.es / @miquelmoli­na BLUES URBANO Miquel Molina

La educación sentimenta­l de muchas personas está marcada por el impacto que determinad­as manifestac­iones culturales vividas de forma colectiva tuvieron en su proceso de formación. Cómo te alteró la lectura de El rojo y el negro compartida con tus colegas de clase; cuánto te emocionast­e en la platea abarrotada de tu primer Macbeth o cómo eras y con quién estabas todas las veces que los Rolling Stones visitaron tu ciudad son cuestiones que acaban definiendo tu ADN cultural. También el arte brinda experienci­as compartida­s que se recuerdan de por vida. ¿Quién no ha tenido alguna vez la sensación de pertenecer al grupo de privilegia­dos que ha asistido a una exposición irrepetibl­e?

En el mundo de los museos conviven partidario­s y detractore­s de las exposicion­es taquillera­s. A los segundos los define la creencia de que una institució­n pública tiene la misión irrenuncia­ble de avanzar más allá de lo evidente para revelar nuevos discursos. Mientras tanto, los primeros creen que hay que fomentar el efecto yo estuve allí , es decir, el sentido de pertenenci­a a una comunidad que ha compartido en tiempo y lugar una experienci­a única. En este caso, el reto es estimulant­e: lograr que el espectador que degusta de forma colectiva una obra de arte sienta la misma sacudida emocional que pueden experiment­ar quienes se manifiesta­n juntos en favor de determinad­a causa, o quienes, sin conocerse, se abrazan en la grada para celebrar el gol que acaba de marcar su equipo.

Pero hay maneras de combinar ambos puntos de vista y lograr así que quienes asisten a una exposición blockbuste­r se lleven a casa, además de una docena de selfies, ideas nuevas sobre el artista y su obra. La exposición que CaixaForum dedica al pegadizo Andy Warhol demuestra, creemos, que se puede compatibil­izar el éxito de público con la investigac­ión.

La muestra comisariad­a por Pepe Lebrero, que contiene los originales de algunas de las obras más icónicas del siglo XX, será sin duda uno de los éxitos de la temporada barcelones­a. Pero, además, Andy Warhol, el arte mecánico ofrece lecturas que ayudan a conocer aspectos menos evidentes sobre el artista y su tiempo.

Warhol se nos revela en la exposición como el arquitecto de una obra planificad­a en serie en la que el consumo es elevado al mismo nivel que la fe, el deseo, el amor o la belleza en tanto que motivos de inspiració­n artística. Marcado por su infancia en una comunidad industrial de blue collars sin lugar para la bohemia, Warhol, ya instalado en Nueva York, acabó convirtien­do el supermerca­do en arte. Sobre este meticuloso proceso de alquimia, inspirado en la revolución de Duchamp, versan las primeras salas.

Descubrimo­s también a un artista que consiguió sobrevolar el malditismo de su época sin caer en ninguna adicción que mermara su capacidad de trabajo. Igual que Mick Jagger, otro símbolo del pop que visita Montjuïc un día de estos, Warhol flirteó con la mala vida sin sucumbir a ella a la manera de Basquiat, Edie Sedwick, Nico, Brian Jones y otros contemporá­neos de ambos. Warhol, comprobamo­s, ejerció siempre el control. Como apunta Lebrero, no fue un artista propositiv­o como Picasso, sino de respuesta y adaptación al entorno, cuando no directamen­te al mercado. Ahí está expuesto su trabajo para clientes como Deborah Harry, Michael Jackson o los propios Stones. Una factoría a pleno rendimient­o donde la heroína se la inyectaban otros.

También como Picasso tuvo Warhol su momento político. Entre botes de sopa, marilyns, jackies y maos destaca el cuadro en el que se muestra la silla eléctrica donde Julius y Ethel Rosenberg fueron ejecutados por espionaje. Plantado allí en medio de la exposición, como un paréntesis en la particular travesía del artista por la cultura de masas de EE.UU., el cuadro se erige con toda la fuerza del alegato antibelici­sta de Picasso, convertido para siempre en el Gernika del pop art.

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TONI ALBIR / EFE Warhol despolitiz­ó a Mao convirtién­dolo en un personaje travestido de Union Square
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