El inversor que escogió Banyoles
“Si hablas con el personal y los clientes de una empresa en crisis, te dicen lo que se ha hecho mal”
En 1994, Tom Bouman decidió instalarse en Banyoles y todo el mundo le decía: “Estás loco, está muy lejos, pero qué suerte tienes de poder vivir y trabajar allí”. “En Barcelona, en Nueva York o en Hong Kong podría ganar más dinero, pero el dinero no es tan importante”, dice este peculiar inversor, especializado en invertir en pequeñas empresas en crisis, en una frase que sintetiza su filosofía de vida y de trabajo.
Tom Bouman es holandés de madre alemana; se formó en marketing y finanzas en Holanda, mejoró su inglés en Reino Unido y cursó un MBA en Harvard. Su trayectoria profesional empezó en multinacionales: fue directivo en Revlon y Playtex en Estados Unidos, con un paréntesis de 1981 a 1983 cuando dirigió desde Madrid una división de Playtex: “Introdujimos los leotardos y mallas de baile como ropa de calle, fue un gran éxito, España fue el tercer país donde más vendimos”. Pero Bouman asegura que “las grandes organizaciones nos son para mí, no puedes ser tú mismo. Yo soy muy independiente, no me gusta seguir las reglas de las grandes empresas, que muchas veces no tienen sentido. Y quiero que la gente se comporte éticamente. Yo lo hago”.
Y en 1983, montó una empresa en Nueva York para importar cerámica Sargadelos, de Galicia: “Hipotequé mi casa, el negocio fue un desastre y tuve que cerrar: tenía un agujero de 150.000 dólares y pacté con el banco que cada dólar que devolviera, me lo volviera a prestar”. Trabajó de consultor en Booz Allen Hamilton, aunque duró sólo un año. “Cada vez que me han echado, mi vida ha mejorado mucho. Yo no necesito mucho para vivir y soy libre”. Y en 1986 empezó un negocio de comprar, con poco capital, empresas fracasadas para reestructurarlas, que acabó siendo absorbido por una grande del sector, Andlinger Co. En 1989 le trasladaron a Bruselas, desde donde intermedió las compras de Rótulos Roura, Industrias Metalúrgicas Monconill, Monix y Tintes Viscolà (de Terrassa). Y también con Andlinger realizó la venta de una fábrica americana de abono a la holandesa DSM, que cambiaría el rumbo de su vida. “Fue un éxito enorme. Apalancado al 99%. Cuando la vendimos, en 1992, ganamos tanto que hubiera podido dejar de trabajar. Pero ahora sería menos feliz”. Lo que hizo Bouman fue crear su propia sociedad, Fenway Group, con dos socios –un belga y un francés–, para seguir comprando empresas en crisis. “Todas son diferentes. Elegimos las que creemos en un 98% que tendremos éxito. Y hasta ahora siempre nos ha salido bien, con dos excepciones”. Compraron a Sara Lee una empresa de encajes y bordados (con fábrica en España y Portugal) que acabaron vendiendo a una tailandesa. “La operación salió, pero fue diez veces más difícil de lo previsto”, admite.
“Y entonces, en el 2006, me puse a buscar nuevas oportunidades. Pero los precios estaban muy altos, era la época de Panrico, La Sirena... se pagaba 12 veces el beneficio bruto (ebitda), demasiado riesgo. Paramos la máquina y mis socios se retiraron”. Hasta el 2010, cuando Bouman regresó con Fordahl Capital y nuevos socios, el británico John Penell y el francés Philippe Bach.
A su mujer, Anna Casas, la conoció en Nueva York, donde había ido con Esade a una agencia de publicidad. Y desde Banyoles han volado sus tres hijos –un ingeniero, dos arquitectos–. “No es justo ponerlos en la empresa propia; los hijos tienen que hacer su vida, y tú tienes que rodearte de los mejores profesionales”. Bouman pasa la mitad del tiempo en Banyoles –“Skype ha cambiado el mundo de los negocios, pero todavía viajamos demasiado”– y define su implicación en las empresas que compra: “No nos ponemos en la gestión del día a día. Buscamos un muy buen director general, y diseñamos juntos el plan de futuro. Luego nosotros hacemos el seguimiento mensual”.
“Siempre esperas hacer una gran operación, pero la probabilidad es pequeña, y ahora no se puede apalancar como antes. Nosotros invertimos entre dos y cinco millones”. Explica: “Me gustan las empresas establecidas, con base de clientes. Y si hablas con el personal y los clientes, te dicen lo que se ha hecho mal”.
Asegura que la edad no define nada. “Hasta que alguien me diga que ya no soy rápido mentalmente, o me aburra, seguiré. Es difícil encontrar un trabajo más interesante”. ¿Una clave del éxito? “Generar ambientes en los que la gente se divierta. Si no motivas a los empleados, los buenos se van y te quedas con los peores”.