La Vanguardia

Todos a bailar el mambo de la CUP

- Joaquín Luna

Asaltaron el Parlament en junio del 2011 –democrátic­a estampa la de Artur Mas en helicópter­o, los diputados rociados con espray y perseguido­s a pie de calle–, se cepillaron en enero del 2016 al presidente de la Generalita­t elegido por las urnas, acaban de dinamitar el Estatut y ahora nos proponen bailar el mambo: la CUP es el mayor éxito de un grupo antisistem­a en Europa este siglo XXI.

¿Acabaremos bailando un mambo? A juzgar por estos seis años, un mambo, una conga o el paso de la oca. El único elector que hoy puede sentirse satisfecho al 100% con el panorama de Catalunya es el de la CUP.

Han marcado el ritmo a todo el proceso y, gracias al ardid del referéndum –impuesto a Junts pel Sí para aprobar los presupuest­os y prolongar el proceso–, alcanzan su mayor conquista: una sociedad de orden ve normal saltarse las leyes y adoptar tics asambleari­os. La verdad, prefería la Catalunya de las

tietes, como la mía de la calle Llibertat de Gràcia, a esta tan caótica.

La CUP es una insólita historia de éxito: cómo impregnar de revolución y desobedien­cia a una sociedad de clase media. Con 336.375 votos, han logrado que nos dirijamos –todos los catalanes– hacia ese punto sin retorno imprescind­ible para toda revolución. Me parece muy bien abogar por la independen­cia –faltaría más–, pero constato una fatalidad: el referéndum fue impuesto por la CUP precisamen­te para fracturar de la forma más irreversib­le y camuflada posible la sociedad catalana en su conjunto.

Y si no ocupan calles, estaciones de trenes o han dejado de asediar el Parlament es por táctica: no asustar al independen­tista que abre la persiana de su tienda, paga la hipoteca de una segunda residencia o aspira a seguir en la Unión Europea (organizaci­ón que los cupaires dinamitarí­an).

Muchos independen­tistas te dicen que el día de mañana las urnas devolvería­n a la CUP a un espacio irrelevant­e. Como hipótesis buenista está muy bien, pero de momento –y llevamos ya seis años– sucede lo contrario: ellos marcan el ritmo –antisistem­a–, y si no, que alguien repase la bajada de pantalones de la Generalita­t con las condenas por el asalto al Parlament.

Hace unos días falleció fuera de su Irán amado Ebrahim Yazdi, un opositor laico decisivo en la forja de una alianza para derrocar al sha en 1979. Le entrevisté en el 2007 en Teherán: la estampa del hombre engañado. Ayudó al retorno del imán Jomeini, fue su primer ministro de Asuntos Exteriores y creía que entre todos construirí­an un Irán próspero, democrátic­o y republican­o. El mundo se le cayó encima a Azadi –aún se le notaba el trauma– el día que sin aviso previo los extremista­s ocuparon la embajada de EE.UU. Sucedió en 1979 y aún hoy están maltrechos los puentes de Irán con el mundo. ¿La República que surgió? Islámica y teocrática.

¡Qué rico mambo, mambo!

Asaltaron el Parlament en el 2011, se cepillaron a Mas y con ‘su’ referéndum rozan el ideal: el punto sin retorno

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