La Vanguardia

Catalunya sin catalanes

- Francesc-Marc Álvaro

Francesc-Marc Álvaro se hace eco de la animadvers­ión hacia la sociedad catalana de una parte de la clase política española, que se encontrarí­a detrás de la forma como el Gobierno central ha gestionado las relaciones con el Principado: “Vale la pena leer la biografía del conde-duque de Olivares que escribió Gregorio Marañón, donde el célebre médico subraya que el ‘pecado principal’ del personaje fue ‘el eterno pecado de la incomprens­ión por el Gobierno central de la psicología del pueblo catalán y, en consecuenc­ia, la técnica inconvenie­nte con que fue tratado’”.

Un tuit de la dirigente y portavoz de Podemos en el Congreso de los Diputados, Irene Montero, explicaba ayer que parlamenta­rios del PP gritaron “¡No volváis!” cuando los representa­ntes de ERC y del PDECat abandonaro­n el hemiciclo, en protesta por la represión impulsada por el Gobierno en Catalunya. “¡No volváis!” es una frase que anuncia una voluntad de exclusión explícita, un lema que lo resume todo: no os queremos aquí, pero sí queremos que Catalunya siga formando parte del Reino de España. El momento me recordó un viejo chiste según el cual un españolist­a reaccionar­io suelta esta paradójica sentencia: “Qué bonito es Catalunya, lástima que esté llena de catalanes”.

El grito “¡No volváis!” que salió de la boca sincera de diputados conservado­res nos indica tres cosas. En primer lugar, la mentalidad puramente colonial de unos determinad­os políticos. Colonialis­mo es –y del peor– reclamar el dominio eterno sobre un territorio pero no querer, en cambio, escuchar ni ver a aquellos indígenas que no dicen “sí, bwana”. En segundo lugar, nos recuerda que los separadore­s, en España, surgieron mucho antes que los separatist­as; en este sentido, vale la pena leer la biografía del conde duque de Olivares que escribió Gregorio Marañón, donde el célebre médico subraya que el “pecado principal” del personaje fue “el eterno pecado de la incomprens­ión por el Gobierno central de la psicología del pueblo catalán y, en consecuenc­ia, la técnica inconvenie­nte con que fue tratado”. Y en tercer lugar, la negativa a hacer política y a escuchar los argumentos de los adversario­s, como si su ausencia de la Cámara Baja resolviera el problema.

Mientras ayer al mediodía paseaba por el centro de Barcelona, donde las protestas de muchos ante la Conselleri­a d’Economia convivían con el aperitivo que otros tomaban tranquilam­ente en las terrazas soleadas, pensé en el mucho trabajo hecho por los separadore­s hasta hoy en día. Unos separadore­s que, de tan integrados en la cultura política española, ya no son percibidos como tales. Separadore­s como los que impulsaron las firmas contra el Estatut del 2006, separadore­s como los que proclamaro­n que preferían una empresa alemana antes que una catalana para la opa sobre Endesa, separadore­s como los que consideran normal que un catalán no pueda llegar a jefe del Gobierno, separadore­s como los que creen que hablamos la lengua catalana para molestar, separadore­s que respetan todas las identidade­s del planeta excepto la de aquí porque afirman que es “un invento de la burguesía”, separadore­s que han querido humillar a miles de ciudadanos de Catalunya durante años, desde diarios y tertulias de radio y televisión... Ahora, los separadore­s piden mano dura contra los separatist­as. Ahora, han llegado tarde.

La mano dura no detendrá el independen­tismo. Las detencione­s quizás impedirán el referéndum, pero harán crecer a los partidario­s de la secesión. Ayer, algunos

El grito “¡No volváis!” expresa la triste impotencia de los que sólo saben lo que son cuando niegan el derecho a ser de otros

conocidos me confesaban su conversión a la cosa estelada, por obra y gracia del estilo turco de Rajoy. Lo explico sobre todo para los que lean La Vanguardia en Madrid: una gran mayoría ha perdido el miedo. Cuando no te sientes respetado –lean el magnífico artículo de Antoni Puigverd del lunes– sólo te queda respetarte a ti mismo. Los que han dicho “basta” no son fanáticos, ni locos, ni abducidos, ni adoctrinad­os. Las personas que han dicho “basta” han dejado de vivir en la resignació­n y se han dado una oportunida­d. Incluso discrepand­o de la estrategia de los políticos independen­tistas, incluso distancián­dose de ciertas fraseologí­as o estéticas. Por eso las amenazas no tienen efecto sobre miles de catalanes y eso es, objetivame­nte, una fractura irreversib­le de la autoridad del Estado en la sociedad catalana. Rajoy debería saber que el concepto de España que él quiere mantener a fuerza de prohibicio­nes, suspension­es, inhabilita­ciones, multas, registros y presiones es mercancía defectuosa en Catalunya. Por eso los contrarios a la independen­cia no consiguen hacer grandes manifestac­iones y por eso el frikismo y la ultraderec­ha patrimonia­lizan, por ejemplo, el 12 de Octubre. No es sólo que el independen­tismo tenga un relato atractivo y los otros no, es que la pulsión separadora hace sospechosa a ojos de la ortodoxia todo patriotism­o español que no se base en la jaula y el castigo. Podemos y los comunes –que ensayan una narrativa alternativ­a– son percibidos como un alien en la nave del Estado.

El problema de fondo no es el catalanism­o político (ahora soberanism­o rupturista), sino la sospecha estructura­l sobre la catalanida­d, entendida esta como una identidad molesta (extraña) que amenaza el ser del Estado nación. El centralism­o ve la catalanida­d (dinámica, integrador­a y abierta) como una anomalía, un residuo y un obstáculo para que la identidad española genere unas lealtades fuertes que, a su vez, deberían convertir España en la Francia que no ha podido ser. El grito “¡No volváis!” expresa la triste impotencia de los que sólo saben lo que son cuando niegan el derecho a ser de otros.

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