La Vanguardia

¿Aplaudir el cinismo?

- Antoni Puigverd

Ha comenzado la cuenta atrás. Violencia institucio­nal, detencione­s, grandes concentrac­iones en la calle, palabras muy gruesas en el Congreso... Está culminando la lógica que se inició con la presión para tumbar la reforma del Estatut. No, no hablo de los años del Estatut para escurrir el bulto. Precisamen­te cuando todo el mundo habla de la mayor tensión institucio­nal y social que hemos conocido desde la época del franquismo, yo no quiero perder de vista el marco, la raíz, el inicio del pleito que ahora culmina de mala manera.

La aventura del Estatut tuvo un error inicial: excluir al PP del acuerdo previo. Error político, que no legal: el Estatut siguió todos y cada uno de los pasos que la ley prevé. Ahora que se habla de “golpe de Estado catalán” vale la pena recordar los ataques al Estatut por parte de la unanimista prensa de Madrid, así como la agitación popular que el PP promovió para tumbar en la calle lo que seguía el curso legal. El Estatut fue recortado en el Congreso a fin de hacerlo digerible al PSOE y una vez aprobado en (lamentable) referéndum en Catalunya, fue impugnado en el TC por el PP. Durante los años de las deliberaci­ones, pasaron cosas muy graves en ese Alto Tribunal. Los que ahora hablan de golpe de Estado las pasaron por alto. Citemos una. La más escandalos­a: la recusación de Pérez Tremps. Había escrito un informe para la Generalita­t y fue apartado de la deliberaci­ón. Poco después, el TC tenía un presidente con carnet del PP que había escrito cosas odiosas sobre el “onanismo” de los catalanes. La recusación de Pérez Tremps no fue tan llamativa como la aprobación en el Parlament de las leyes del Referéndum y de Transitori­edad Jurídica, ciertament­e. Pero fue más determinan­te. El TC, el órgano más poderoso, el mismo que ahora dirige la judicializ­ación de una parte del pueblo de Catalunya, había sido instrument­alizado con una argucia jurídica que no escandaliz­ó a nadie. Sin embargo, las fuerzas moderadas de Catalunya se conjuraron para evitar una sentencia humillante. No nos hicieron caso. Desde entonces, la moderación catalana perdió la dirección moral del país catalán.

Rajoy aún pedía ayer “el retorno al sentido común”, lo que significa aceptar que la única salida es la suya. También significa aceptar que las institucio­nes son un traje cortado a medida del PP. Unos y otros nos han llevado por mal camino, pero Rajoy es el más responsabl­e. No sólo por ser más fuerte. No sólo por haber dejado pudrir un problema que niega. También porque su apelación al sentido común es una manera de obligarnos a aplaudir el cinismo.

La apelación de Rajoy al sentido común es una manera de obligarnos a aplaudir el cinismo

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