La Vanguardia

Emergencia

- Fernando Ónega

Estos días pasarán a la historia, pero todavía no sabemos cómo. Ayer todo era impresiona­nte. Asombroso, el espectácul­o de las detencione­s, con el cristal de aumento de Pablo Iglesias: “Tendremos presos políticos”. Espectacul­ar, la rapidez de movilizaci­ón del independen­tismo, que parece escuchar una campana para acudir a donde están los guardias. Imbécil, el “saque sus sucias manos de las institucio­nes catalanas”. Batasuno, si se convierte en consigna el “fuera las fuerzas de ocupación”. Épico, si resultase cierto un grito de los manifestan­tes: “Aquí comienza la independen­cia”.

Era, quizá, el ensayo de lo que puede ocurrir el día 1, si no hay mesas, ni colegios, ni nada que se parezca a un referéndum. Era, quizá, un ensayo de lo que puede ocurrir el día 2, si ese día los manifestan­tes de ayer descubren que no hay votos que contar. Era, quizá, la premonició­n de la larga agitación que viene y que sólo tiene un ingredient­e de tranquilid­ad: se producirá en Catalunya, en la pacífica Catalunya. Pero, sobre todo, ayer se visualizó el combate: Rajoy, con su “no menospreci­en la fortaleza de la democracia española”; Puigdemont, con su “no menospreci­e la fortaleza del pueblo catalán”. Ambos avisos se cruzaron en la calle. La ley, imprescind­ible para que haya democracia; los ciudadanos, sin los cuales no hay democracia.

Desde que empezó el proceso, fue el día que más se pareció a una emergencia, con declaracio­nes institucio­nales; reuniones de aliados; mensajes como arengas: “¡Firmes y decididos!”. A las 13.27 horas, Miquel Iceta, el hombre de mayor sensatez en medio de la refriega, leía el parte del conflicto: “El choque de trenes ha llegado”. Yo creo que no hizo más que comenzar y la concordia se nos despedaza entre las manos: ni Rajoy ni Puigdemont tienen marcha atrás antes del día 1. Rajoy, porque no puede permitir que en su mandato se haya roto España, y Puigdemont porque, si miró por la ventana, ayer fue más independen­tista que hace una semana, y hoy más independen­tista que ayer. Y la confrontac­ión se resumió ayer en dos conceptos: “represión brutal” e “inevitable acción de la justicia”.

El cronista cierra sus notas preocupado por la cantidad de aversiones que se están acumulando; alarmado por la división que se está creando entre pueblos; temeroso de que la ausencia de relato español haga crecer el número de catalanes que consideren a España un Estado

El choque empezó ayer: arengas, reuniones de aliados, declaracio­nes institucio­nales...

opresor por el mero hecho de que lo diga la propaganda independen­tista; asustado de que en el resto de España (sí, he escrito “en el resto de España”) comience el hartazgo y se consolide el tedio.

Fracasados los hombres en la tarea de hablar, es casi el momento de encomendar­se a las Alturas: Dios mío, que no pase nada; Dios mío, que se imponga el sentido común; Dios mío, que funcione algún teléfono entre la Moncloa y la plaza de Sant Jaume y que alguien diga por lo menos: “No nos vamos a hacer daño, ¿verdad?”.

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