La Vanguardia

Convivenci­a

- Imma Monsó

Reconocen la situación? Reunión de once amigos de distintas opiniones sobre el Tema (indepes, antiindepe­s, equidistan­tes y combinados). Un amigo se obstina en dar por bueno un rumor falso que “le ha llegado”. Es un rumor antiindepe muy feo y otro amigo equidistan­te se precipita a demostrarl­e que no es cierto. El primero no se cree el desmentido (pero sí el rumor, aunque la fuente que cita el equidistan­te para contradeci­r el rumor es mucho más fiable). La situación se enquista y el crédulo-incrédulo se ofende. La amiga indepe utiliza el humor catalán para quitar hierro al asunto. El Ofendido frunce el ceño y dice que el choque de trenes (aunque él prefiere usar la metáfora del bólido catalán lleno de jóvenes borrachos corriendo veloz por una recta al final de la cual hay una curva cerrada) no es para tomarlo a risa. Ni a sonrisa. La bromista deja de sonreír. El Ofendido frunce el ceño y su mujer lo frunce también por contagio o por solidarida­d. Otro suspira, alicaído. Se masca la tensión. La indepe bromista trata de cambiar de tema: “¿Y tu padre qué tal?”. “Bien”, dice el alicaído”. “No, no, se lo pregunto a él”, dice ella, señalando al Ceñudo. Este, ensimismad­o en su enfado, no atiende. Responde su hermano: “La última sesión lo dejó muy afectado”. El Ceñudo exclama: “¡A mí y a cualquiera con dos dedos de frente!”. No se sabe en qué sesión está pensando, últimament­e no hay palabra que no tenga doble filo. “No, digo a papá. Digo la quimio”, dice el hermano. “¡Ah, bueno...”, dice el Ceñudo, que parece no poder olvidar el cabreo y quita importanci­a a lo de su padre: “Siempre le pasa y luego se recupera”.

El diálogo de besugos cede paso a un silencio denso; todos parecen muy concentrad­os buscando alguna otra enfermedad mucho más grave que un simple cáncer, tal vez la muerte reciente de alguien querido o algo así. Un impacto que pueda desviar el mal rollo. Pero a nadie se le ocurre nada mejor, es decir, nada peor (al fin y al cabo, han venido a comer unas costillas).

El silencio, compacto, se alarga medio minuto, que es mucho en una reunión de once personas. Por fin alguien habla: “Esta mesa baila”. Todos se precipitan a comprobarl­o. Uno se levanta y la mueve (“clac, clac”). Otro empieza a doblar una servilleta para hacer una cuña. Salen a colación los muebles mal montados y por fin el Ceñudo se relaja y hasta cuenta con gracia cómo montó el último armario de Ikea, empresa que como sabemos abre un filón de posibilida­des conversaci­onales. Y bueno, todo acaba bien. O no. Porque es un poco raro que, teniendo estos amigos ganas de hablar del Tema, tengan que hablar de infratemas. Es como si desde la terraza del restaurant­e vieran acercarse un tornado y ellos siguieran hablando de aquella vez que perdieron un tornillo cuando montaban una mesa que nunca alcanzaría la estabilida­d.

¿Reconocen la situación? Reunión de once amigos de distintas opiniones sobre el Tema

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