Un bello oficio
LOS medios de comunicación no somos neutrales, pero debemos aspirar a ser honestos. La objetividad es un concepto caducado, porque es imposible ponerse de acuerdo en si la botella está medio llena o medio vacía. En este momento de la historia de Catalunya, las emociones invaden los razonamientos, no sólo entre el independentismo. Y como escribía Eduardo Mendoza en El País, “las emociones existen y son importantes para quien las siente y rechazarlas con la altanería de quien está de vuelta de todo es contraproducente”. La aceleración de los acontecimientos y el vértigo de los sentimientos hacen que no sea fácil para la prensa (como mínimo para los medios que no insultamos ni adoctrinamos, sino que explicamos y analizamos) mantener el equilibrio imprescindible para que un diario no se convierta en un panfleto. Por eso es básico tener la cabeza fría, la tensión informativa alta y el móvil en reposo.
Uno de los padres de la Constitución ha dicho, preocupado, que nos quedan cinco minutos de equidistancia. Escuchando algunos comentarios de la clase política, la equidistancia es contemplada poco menos que como una traición, sin saber que el conflicto que vive hoy Catalunya no lo ganará nadie por goleada, entre otras razones porque sería el peor de los escenarios. El 1-O es un día que quita el aliento: el Gobierno de España niega que vaya a haber un referéndum, mientras que el Govern pregona que lo habrá, aunque saben que el resultado no será homologable. Como en las melés del rugby, cada uno empuja con toda su fuerza para que la pelota quede de su lado y los medios sienten la fuerza de los jugadores, por más que quieran ser sólo espectadores.
El periodismo sigue siendo un bello oficio, aunque no es –como casi todo en la vida– lo que era. Pero a veces, ejerciendo esta profesión honestamente, uno se siente como si fuera un casco azul entre dos trincheras. Con el problema de ser un blanco fácil.