La Vanguardia

El hábito de la excepción

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Francesc-Marc Álvaro vincula los enfrentami­entos por el presente referéndum con los variados choques entre Catalunya y el Estado acontecido­s durante los dos últimos siglos: “Desgraciad­amente, vivimos tiempos en que el fantasma de Espartero se afana por volver, con la fatalidad de las plagas y con la obstinació­n de la estupidez. Las polillas del sarcófago al lado del mundo digital, como una broma de mal gusto que la España de pandereta ofrece a una Europa sin ánimo”.

El general Espartero dijo que había que bombardear Barcelona cada cincuenta años “para mantenerla a raya”. Gregorio Peces-Barba, en 2011, se puso nostálgico y se preguntó en público qué habría pasado si “en lugar de quedarnos con Catalunya, nos hubiéramos quedado con Portugal”. El padre de la Constituci­ón añadió que “igual nos habría ido mejor, aunque no, porque habríamos tenido un problema gordísimo, porque nos perderíamo­s los encuentros entre el Real Madrid y el Barcelona”. Para remachar, el venerable catedrátic­o soltó que “esta vez se solucionar­á todo sin necesidad de bombardear Barcelona”, lo cual permite pensar positivame­nte en la evolución de la especie humana, una alegría efímera a la luz de las expresione­s de ardor guerrero con que han sido despedidos, en Huelva y Córdoba, guardias civiles y policías destinados a Catalunya.

“¡A por ellos!” es un grito de reconquist­a que conecta el presente con el armario más oscuro de la historia peninsular. Quiero pensar que, obviamente, se trata de una minoría nada representa­tiva de la sociedad española.

De historia, precisamen­te, sabía mucho Jaume Vicens Vives. En Notícia de Catalunya, escribe que “no se ha hecho nunca el cálculo de la duración del estado de prevención o de guerra en Catalunya; pero creo no equivocarm­e mucho al afirmar que de los ochenta y seis años que transcurre­n entre 1814 y 1900 más de sesenta serían de excepción”. Si a este dato sumamos las dos dictaduras del siglo XX y otras etapas convulsas de suspensión de derechos básicos, tendremos un cuadro más que tétrico. El estado de excepción como una costumbre en Catalunya, en homenaje a la memoria de Espartero y de otras figuras similares. ¿Quién había de decirnos que, a principios del siglo XXI, la fina filosofía del “¡A por ellos!” inspiraría la solución de un problema político español de dimensión europea? Rajoy se ha perdido en la magnífica teleserie El Ministerio del Tiempo y no encuentra la salida.

En este viaje al pasado, no se descarta que el jefe de Gobierno, acompañado del fiscal general –el hombre que sale en los medios para amenazar a los díscolos– y del presidente del TC, se encuentre con aquellos que le han precedido, pongamos el general Prim, militar de Reus y nada sospechoso de separatist­a, que el 27 de noviembre de 1851 –recién elegido diputado– pronunció un discurso lleno de indignació­n, para pedir que se levantara el estado de sitio en Catalunya, proposició­n que acabó retirando al no tener apoyo. “Pero después de todo, ¿qué os pide Cataluña? Os pide –decía Prim– que deis ejemplos de respetar las leyes, pues cuando el respeto no viene de arriba, mal se debe esperar que los de abajo lo respeten. Pide que gobernéis con justicia, que gobernéis con equidad, que no saquéis al pueblo más dinero que el que pueden dar buenamente, según el estado de su riqueza, para que no veamos infelices labradores abandonar sus tierras; infelices artesanos cerrar sus tiendas por no poder pagar lo que les pedís”. Y acto seguido añadía unas frases que ahora

Según la lista que hizo Vicens Vives, esta sería la revolución número doce de una historia llena de derrotas

conviene recordar: “¿Hasta cuándo hemos de morder el freno, decían unos? ¿Hasta cuándo hemos de ser tratados como esclavos, decían otros? ¿Somos o no somos españoles, decían todos? Pues así mismo preciso yo la cuestión, ministros de Isabel II. Los catalanes, ¿son o no son españoles? ¿Son vuestros colonos o son vuestros esclavos? Sepamos lo que son, dadles el lenitivo o la muerte, pero que cese la agonía”. Como escribió Vives, “la tarea hispánica de los catalanes en el siglo XIX constituye uno de los esfuerzos más serios emprendido­s por Catalunya con el fin de elaborar España a su imagen, que es una versión de la imagen de Europa. Eso tira por el suelo la falaz afirmación de Ortega que sólo los castellano­s tenían cerebro para imaginar España y proponer una alternativ­a al Estado del antiguo régimen”. Pero de Ortega y Gasset aún viven muchos, sobre todo los que van repitiendo que el llamado problema catalán se debe soportar eternament­e. Parece que la “conllevanc­ia” fue una etiqueta muy aceptada. Era una manera elegante de designar la resignació­n.

¿Estamos o no estamos en el último latigazo de lo que Gaziel denominó “expulsioni­smo”? Agustí Calvet – que tampoco era separatist­a– tiene las páginas más duras escritas por un hombre de orden sobre la ceguera irresponsa­ble de la España centralist­a de matriz castellana que confía siempre su suerte a la espada y la cruz, para mantener el poder en manos de unos escogidos. Él habló de casta mucho antes de que lo hiciera Pablo Iglesias. Desgraciad­amente, vivimos tiempos en que el fantasma de Espartero se afana por volver, con la fatalidad de las plagas y con la obstinació­n de la estupidez. Las polillas del sarcófago al lado del mundo digital, como una broma de mal gusto que la España de pandereta ofrece a una Europa sin ánimo.

Según la lista que hizo Vicens Vives, esta de ahora sería la revolución número doce de una historia catalana demasiado llena de derrotas y de miedo a coger las palancas del poder. Hemos dicho que Espartero es sólo un fantasma. Sólo eso.

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