¿Por qué tan pocos?
Una gota en el océano”. Así describía Alexis Tsipras, primer ministro griego, las primeras reubicaciones de refugiados desde Grecia en noviembre del 2015. Y añadía: “Esperamos que se convierta en una corriente, y después en un río de humanidad y responsabilidad compartida”. ¿Dónde estamos dos años después, ahora que se dan por terminados los programas de reubicación desde Grecia e Italia?
De los 160.000 refugiados que los estados miembros de la Unión Europea acordaron reubicar en septiembre del 2015, han llegado menos de 30.000; esto representa un vergonzoso 18%. A 20 de septiembre del 2017, España ha reubicado a 1.279 refugiados de los 15.888 comprometidos, con lo que caemos en un todavía más escandaloso 8%. ¿Por qué tan pocos?
La primera razón hay que buscarla en Grecia e Italia. Sólo aquellos refugiados que proceden de países cuyo porcentaje de aceptación de las solicitudes de asilo es superior al 75% son elegibles para la reubicación. En julio del 2017, los únicos países que cumplían este criterio eran Eritrea, las Bahamas, Bahréin, Bután, Qatar, Siria, los Emiratos Árabes y Yemen. Quedan pues excluidos países como Irak y Afganistán, que cuentan con muchos solicitantes de asilo y no pocas razones. Las organizaciones en defensa del derecho de asilo denuncian, además, que la discriminación por criterios de nacionalidad vulnera la propia Convención de Ginebra.
La segunda razón del fracaso de los programas de reubicación está en los países de destino; es decir, en el resto de países de la Unión Europea. La mayoría de gobiernos han argüido falta de disponibilidad de plazas de acogida. Además, desde los atentados de noviembre del 2015 en París, países como Francia, Bélgica y Suecia han introducido complejos controles de seguridad. Otro factor es la política selectiva de muchos estados miembros, que han accedido a la reubicación sólo de aquellos considerados como “más integrables”, ya sea en términos religiosos, culturales o de profesión. Todo esto sin olvidar los países que, como Eslovaquia y Hungría, se han opuesto frontalmente a la reubicación.
Finalmente, la tercera razón se encuentra en las decisiones de los propios refugiados. Muchos evitan ser registrados por miedo a encontrarse en un callejón sin salida, ya sea encerrados en centros, islas o países de porvenir incierto o devueltos al primer país de llegada bajo la aplicación implacable del sistema de Dublín. Entre aquellos refugiados que sí
No hemos presenciado ni corrientes ni ríos sino más bien una auténtica sequía de humanidad con los refugiados
acceden a registrarse, encontramos también los que se desaniman por los largos tiempos de espera y deciden irse por su cuenta, entre ellos muchos menores deseosos de reencontrarse con sus familiares. También desaparecen aquellos que no quieren ser reubicados en el país que les ha sido asignado. Recordemos que no por huir de donde vienen les es indiferente adónde van.
Se han cumplido dos años desde el inicio de los programas de reubicación. No hemos presenciado ni corrientes ni ríos sino más bien una auténtica sequía de humanidad con los refugiados y de solidaridad entre los estados miembros. Pero el final de los programas de reubicación no es el final de todo. Hay que recordar que los estados miembros deben cumplir con lo que acordaron. De momento, no parecen demasiado dispuestos. Está pues en manos de la ciudadanía reclamar que “vengan ya” y recordar algo tan obvio como que el sufrimiento de hoy es el conflicto de mañana. No hay tiempo que perder.
B. GARCÉS, investigadora del Cidob