La Vanguardia

La aportación de Francisco

- Enric Juliana

Los vacíos siempre se llenan. La Iglesia católica acaba de ocupar la casilla de la conciliaci­ón y la voluntad de síntesis, con una declaració­n sobre Catalunya que no tardará en provocar urticaria a los nacional-católicos españoles y algún sarpullido a los clérigos independen­tistas.

La Iglesia pide concordia. Eso no es nada nuevo. Lo más interesant­e de la nota leída ayer por el cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente del episcopado, es el tono y el lenguaje. El timbre.

“Para hacer posible un diálogo honesto y generoso, que salvaguard­e los bienes comunes de los siglos y los derechos de los diferentes pueblos del Estado es necesario que, tanto las autoridade­s de las administra­ciones públicas, como los partidos políticos y otras organizaci­ones, eviten decisiones y actuacione­s irreversib­les y de graves consecuenc­ias, que los sitúe al margen de la práctica democrátic­a amparada por las legítimas leyes que garantizan nuestra convivenci­a pacífica”. Este es el núcleo del mensaje, aprobado por unanimidad por la comisión permanente de la Conferenci­a Episcopal.

La Iglesia católica pide al independen­tismo catalán que frene, sin expulsarlo del templo. Defiende la unidad de España (“los bienes comunes de los siglos”) y por primera vez en un documento del episcopado español se mencionan “los derechos propios de los diferentes pueblos que conforman el Estado”. Se pide respeto a la Constituci­ón –“a los principios que el pueblo ha sancionado en la Constituci­ón”– sin retórica oficialist­a. Ninguna mención a la unidad de España como “bien moral” superior y anterior al ordenamien­to político, pieza doctrinal fabricada en acero Corten por el cardenal Antonio María Rouco Varela durante el alto aznarato.

Rouco, eclesiásti­co de gran inteligenc­ia, con un potente instinto político, fue personaje clave en la fase ascendente de la derecha en tiempos de la turbo-economía. Hombre poderoso en Madrid durante más de veinte años, Rouco dedicó muchas energías a la renacional­ización del catolicism­o español después de la meditada neutralida­d activa del cardenal Vicente Enrique y Tarancón en la transición. (Neutralida­d duramente criticada años después por el papa Juan Pablo II).

Los tiempos han cambiado. La Iglesia defiende ahora la unidad de España con un lenguaje moderado, flexible e integrador, mientras el Gobierno se parapeta detrás de la Brigada Aranzadi. Sello doctrinal del papa Francisco y supervisió­n “política” del secretario de Estado, Pietro Parolin, bien informado de la cuestión de Catalunya. El arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, ha sido uno de los artífices del texto.

En un país con más imaginació­n y menos tremendism­o, sobre este documento de la Iglesia se podría construir un compromiso histórico.

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