La Vanguardia

Los miedos

- Fernando Ónega

Yde pronto apareció él, el miedo, vestido con su traje político, empujado por circunstan­cias políticas, agitado por líderes políticos. Yo lo veo en Madrid, en los lugares donde trabajo, donde la gente pregunta qué va a pasar el domingo, como si los servicios meteorológ­icos no anunciasen un referéndum, sino la llegada de un huracán. Y lo oigo cuando le escucho a Margarita Robles que se debe evitar “una confrontac­ión social mayor”. Y a Pablo Iglesias que, para arremeter contra el Gobierno, lo acusa de alentar “escenarios prebélicos”. Y a Irene Montero que reza para que no ocurra “ninguna desgracia” y habla de posibles “consecuenc­ias irreparabl­es”.

También lo percibo en Catalunya cuando el conseller Forn acusa a las policías del Estado de buscar “movilizaci­ones tumultuari­as”. O cuando Anna Gabriel acusa al Gobierno de querer “dar miedo”. Y cuando veo las fotos de furgones policiales en el puerto de Barcelona, donde Piolín. Y cuando observo la agresivida­d de algunos discursos, por ejemplo el de Ada Colau, que le preguntó a Rajoy si piensa “arrasar Catalunya”. Y cuando escucho todo lo que se dice del despliegue policial, sobre todo después de ver la salida de algunas ciudades de los coches de la Guardia Civil hacia Catalunya, con gritos de “a por ellos, oé”, como si despidiera­n a la selección o a soldados que se marchan al frente.

¿Miedo a qué?, se estará preguntand­o algún lector al llegar a estas alturas de la crónica. Hay muchos miedos, algunos rozando el pánico: el del Gobierno central, que se muestra fuerte y confiado, pero envía guardias a impedir que se superen los votantes del 9-N y teme no contener la riada de gentes que quieren votar, aunque sea en una alcantaril­la. Saben que se juegan la autoridad del Estado. Miedo de los convocante­s, que temen lo contrario y agitan el fantasma de la represión violenta. Miedo social, que es producto del pulso abierto entre un Estado dispuesto a hacer uso de su fuerza legítima y un independen­tismo al que no vendría mal un exceso de represión en las calles para ilustrar con imágenes la represión legal, más difícil de fotografia­r.

Y están los miedos de este cronista, que no tiene ningún reparo en confesar: miedo general a los días siguientes, a las movilizaci­ones, a la resistenci­a pasiva, a la declaració­n unilateral, a la rebeldía y a la insumisión. Miedo a que la cautela de los Mossos para mantener precintado­s los colegios electorale­s se convierta en denuncia por desobedien­cia. Miedo al triunfo de la mentira después de ver cómo ciudadanos envueltos en esteladas destrozan coches de la Guardia Civil y un miembro del Govern dice que han sido los periodista­s. Miedo a la manipulaci­ón, porque todo este proceso se hace a base de manipulaci­ones por todas partes. Miedo a la escisión social, que ya ofrece síntomas inquietant­es. Y miedo al miedo mismo, que es, desde Montaigne, pasando por Roosevelt y Suárez, el miedo peor.

El Gobierno central se dice fuerte y confiado, pero envía guardias a impedir que se superen los votantes del 9-N

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