¿Dejarías que tu abuela saliera con un Stone?
La materia que conserva a los Stones en activo no es el blues ni el formol sino el cinismo. No es nuevo. Exhiben y gestionan desde 1964 ese cinismo que les ha permitido sacarnos el dinero una y otra vez y seguirlos admirando. El estrellato convierte a cualquier artista en caricatura menos al cínico (estar delgado y no perder pelo también ayuda). Si el producto es bueno, genial y si es malo, te he tangado otra vez, chaval, ¿qué pasa? Esto es rock’n’roll. El entusiasmo (Beatles), la vehemencia (Springsteen), el compromiso (Bono, Lennon), la simpatía (Chris Martin) o la chifladura (Brian Wilson, Jacko) cotizan a la baja ante el cinismo de Mick Jagger o Johnny Rotten, por ejemplo.
Anoche, gente que podía ser mi padre, mi abuelo y alguno que conoció a Lincoln cuando despuntaba maneras en Hodgenville, Kentucky, se dieron cita en el sexto –según Jagger, octavo– concierto barcelonés de los Rolling Stones. En el primero, en el 76, cuentan que hubo carga de los grises. Lástima de cuatro días para haber podido cerrar el círculo. También hay jóvenes y niños –que estrés para los chavales: hoy una mani, mañana un dibujo de Piolín, por la noche rock’n’roll– y un buen número de argentinos y de toda España. Unos Stones tamaño vídeo Godzilla aparecen en un estadio abarrotado y, de repente rejuvenecido. Minutos de emoción después de tanto tiempo, me veo sonriendo a no sé quién mientras trato de no olvidar dónde he dejado el coche. Oscuridad, luz y todos nos arrastramos a mostrar compasión por el diablo mientras Jagger empezará –como siempre– a demostrarnos que sigue siendo el mejor frontman de la historia del rock’n’roll y a Richards hasta le queda bien una batamanta A ratos uno puede casi no darse cuenta del paso del tiempo. Mucho video, poco espectáculo de feria y el jukebox sacrosanto stoniano agitado como una maraca. Su cancionero sigue siendo impecable porque, riff a riff, desprende lujuria, libertad y gente ociosa desobedeciendo a todo. Son ellos. Casi figuras imposibles, tolkinianas. El escritor Rodrigo Fresán escribió una vez que como los Beatles inventaron separarse, los Stones tuvieron que inventar no separarse jamás. Pero sigue siendo excitante verles. Casi te crees que se emocionan de estar otra vez aquí. Que les importe estar en Barcelona. Que les importes tú. Luego recuerdas quienes son y te quitas las tonterías de encima y esperas cual será la siguiente y, virgen santa, es Rocks off.
¿Por qué nos siguen gustando después de tanto tiempo? Sus canciones, las mejores y las medio buenas siguen de pie en viejos discos que al escucharlos aún tienen lo que tuvieron. Pero hay algo más relacionado con el mensaje de su cinismo. Los Stones fueron mientras pudieron competitivos pero no quisieron cambiar el mundo ni agradar especialmente a nadie. Ni tan siquiera a sus fans. Jagger es un mito pero no sería ni la decimocuarta opción de amigo, novio o presidente de escalera de nadie. Quizá tenga que ver con que nunca han engañado a nadie: ellos están en esto por el dinero, las chicas, las drogas y el bebercio. Y por no trabajar en nada que exija mucho esfuerzo. Lo tenían cuando eran unos chavales, lo tuvieron de jóvenes, maduros, cincuentones y de ancianos. Siguen forrados de pasta, bebiendo lo que puedan, rodeados de mujeres jóvenes, guapas con bebés colgando y holgazaneando día sí, día también. Los Stones son el sueño hecho realidad de un segmento hooligan, gandul y heterosexual. El mío, no me avergüenzo. Debe ser por eso por lo que muchos estamos aún viéndolos en el Olímpic y pensando que ni de ancianos te gustaría que fueran los novios de tu abuela.
Jagger es un mito pero no sería ni la decimocuarta opción de amigo, novio o presidente de escalera de nadie