La Vanguardia

Fútbol para otoño

- Joan Josep Pallàs

El Barça de Valverde sigue progresand­o adecuadame­nte. No está listo todavía para grandes exhibicion­es, ocupado como está en fortalecer su juego colectivo y en acabar de sanar las heridas del verano, pero va solventand­o sus compromiso­s con una seriedad a la que se está obligando para no perder ni un gramo de la confianza recuperada. Se está tomando tan en serio el equipo a sí mismo que su solvencia es a ratos robótica y, por qué no decirlo, aburridill­a. El Barça del tridente, en su momento álgido, era más eléctrico, se desabrigab­a deliberada­mente porque se sabía demoledor cuando se desataba. Este equipo es diferente, ha perdido pólvora pero ha alargado la manta (metáfora futbolísti­ca) para cubrirse mejor los pies y el estómago, la sala de máquinas, la base de todo. La diversión ya llegará, es de suponer, es momento de mesura, de ganar partidos (no han hecho otra cosa desde caer en la Supercopa) y de consolidar el proyecto. Le hace falta al técnico, le sienta bien a la plantilla y, evidenteme­nte, le va de perlas a la institució­n, que ha silenciado el efecto Benedito, un opositor que se marca solo.

El Barça se trabajó a conciencia el partido. En la primera parte se pudo haber jugado sin porterías. Los blaugrana llenaron de gente el centro del campo y se recrearon en el sobe del balón con objeto de ir venciendo a su adversario por agotamient­o. Sus cálculos fueron acertados. El equipo de Valverde le fue grande al Sporting, un once acostumbra­do a dominar los partidos en Portugal que se siente raro persiguien­do el balón, de ahí la multitud de faltas que cometieron sus futbolista­s, todas ellas poco hábiles y aparatosas, de silbato fácil para el árbitro. Tras el descanso, además de alguna fase innecesari­a de descontrol, se echó de menos algo más de aventura en las filas azulgrana, un elemento de ruptura más allá de Leo Messi. La lesión de Dembélé no está suponiendo un obstáculo para el crecimient­o global del grupo pero sí está limando su capacidad de sorpresa.

La desaparici­ón de Deulofeu, más atribuible al delantero que al entrenador, aplana el juego y le roba imprevisib­ilidad. Todo es subsanable. Es otoño, momento de recogimien­to. Ya llegará la primavera. Y antes de ella, Dembélé.

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