La RSC en la economía y la estrategia global
ALEIX CALVERAS. Profesor de Economía de la Empresa. Universitat de les Illes Balears
El proceso de globalización vivido por el mundo los últimos 50 años parece estar, al menos en parte, en cuestión, especialmente en los países desarrollados (véase la victoria de Donald Trump en los EE.UU. y del Brexit en el referéndum del Reino Unido). Obviamente, en primer lugar es obligatorio analizar el mérito de tal cuestionamiento. Así, mientras la globalización ha contribuido positivamente al desarrollo económico de muchos países pobres (China, etc.), es cierto que en los países avanzados (aunque con un efecto general positivo en riqueza y bienestar) ésta ha generado ganadores y perdedores al afectar negativamente al trabajo menos cualificado y a sus salarios.
En segundo lugar, y aún partiendo de una visión general positiva, ¿qué respuestas hay que dar a la actual crisis de legitimación de esta globalización en los países desarrollados?. Sin duda, las respuestas deben ser múltiples, y lideradas por los gobiernos mediante políticas compensatorias dirigidas a aquellos colectivos negativamente afectados por el proceso globalizador (clases bajas y medias-bajas), es decir, políticas redistributivas de rentas derivadas de las ganancias de la globalización. También, por ejemplo, mediante políticas educativas. ¿Y desde el mundo de la empresa, cuál debe ser la respuesta? ¿Qué significa una estrategia empresarial socialmente responsable desde una perspectiva global?
Parece poco razonable esperar una drástica reversión del proceso globalizador ex- perimentado por muchas empresas. Además, tal y como indica Paul Krugman, ello podría ser especialmente negativo dadas las cadenas globales de valor desarrolladas las últimas décadas. Así, las empresas, en su estrategia global no deben renunciar a explotar la ventaja comparativa derivada de distintas realidades económicas de los países (diferentes niveles de desarrollo y por lo tanto distintos niveles salariales). Tal estrategia global no solamente es creadora de valor económico, sino que debe valorarse de forma positiva en términos éticos por las enormes consecuencias en bienestar social que han supuesto en multitud de países en desarrollo.
Para que ello sea fuente de legitimación también en sus países de origen, las empresas deberían, sin embargo, renunciar a explotar diferencias entre países derivadas de una carrera regulatoria a la baja (race to the bottom) entre países, desarrollados y en desarrollo, carrera a menudo espoleada por las mismas empresas multinacionales. Así, además de por razones obvias en el ámbito de la legislación medioambiental (cambio climático, etc.), las diferencias entre países en sus respectivas legislaciones laborales (por ejemplo, en lo que respecta al salario mínimo) deben de corresponderse de manera razonable a sus diferencias de desarrollo económico, no ser consecuencia de una competencia regulatoria a la baja entre países.
Lo mismo, si no más, en lo que respecta a la fiscalidad. El uso de paraísos fiscales debilita enormemente la legitimación de la actividad empresarial a nivel global. Además, y más allá de su propia gestión fiscal, en su comportamiento en tal que actores políticos (mediante lobbying) las empresas deberían apoyar no solamente la erradicación de tales paraísos, sino también una razonable fiscalidad empresarial y del capital, fiscalidad de por si de mayor dificultad que la de las rentas del trabajo y del consumo. La justa fiscalidad de las multinacionales en los países desarrollados permitirá que los gobiernos lleven a cabo la labor redistributiva anteriormente mencionada, legitimando asimismo la actividad global de tales empresas.
El uso de paraísos fiscales debilita enormemente la legitimación de la actividad empresarial a nivel global