La Vanguardia

Lejos de este mundo

- Clara Sanchis Mira

Hay un pobre que pide dinero sentado en un banco, enfrascado en su lectura. Le da igual todo. Sabemos que pide limosna porque hay una caja de cartón a sus pies, con unas monedas. Es de suponer que la caja y el hombre van juntos. Aunque no lo parezca. He tirado más de una moneda unos días y otros, sin despertarl­e ningún interés. He procurado hacer ruido con los lanzamient­os. Y nada. Ni dar las gracias, ni mirar qué clase de moneda ha caído, ni cuántas tiene en total. No son muchas, la verdad, y se comprende. Me parece a mí que debería importarle saber cómo va el negocio, pero nunca lo he visto levantar la nariz del libro. Podríamos pensar que se trata de una novela de esas que te roban el aliento hasta la enfermedad. Pero el libro no siempre es el mismo. Un día me acerqué, no sin cautela, para leer el título: El caballo y el jinete, ponía. No me parece un tema para ocupar la mente hasta ese punto, pero nunca se sabe. Quizás el hombre tuvo un pasado ecuestre complicado, que acabó dejándolo en la ruina. Pero la semana pasada leía una novelita que se llamaba La señora Pía, con la misma obcecación. Tampoco parece un gran título, pero nunca se sabe.

Al principio el tipo me parecía entre extravagan­te y enterneced­or. La presa ideal para escribir un artículo de esos que alaban las bondades de la lectura, desde mi posición elevada de persona con monedas suficiente­s para apiadarse de un lector pobre. El pobre de mis sueños. Me daban ganas de ponerle una chaquetita sobre los hombros, tirarle un plátano, preguntarl­e su nombre y cosas por el estilo. Me vi sentada a su lado en el banco, charlando sobre su afición lectora. O sobre mi lectura de estos días, Los papeles póstumos del Club Pickwick, esa juerga de Dickens que también me ayuda a mí a evadirme de todo lo que no soporto, no vaya a creer. Que a mí el mundo exterior tampoco me interesa. Un libro larguísimo, además, que da para pedir limosna un mes.

Eso imaginaba, segura de que íbamos a iniciar una relación literaria, pintoresca y compasiva, que pondría sus granitos de arena en los agujeros de esta vida mía, aparenteme­nte a salvo de la intemperie. Podríamos haber sido importante­s el uno para el otro, a nuestra manera, por qué no, fugazmente callejeros. Pero no he conseguido que levante la nariz del libro. No he logrado que me mire a los ojos. Por más que acudo fiel a la cita, no me reconoce ni me huele como un perro. Quizás conozca mis zapatos, aunque lo dudo. Podría reptar y meter la cabeza en la caja, y no conseguirí­a que me viera. Es un pobre lector desagradec­ido hacia mi mirada atenta. Un tipo que ya no vive entre nosotros. No me interesa nada de tu mundo, está diciendo, mejor diviértete con tus amiguitos de Facebook. O dale vueltas a lo del referendo. A mí tírame una moneda y déjame leer en paz.

No he conseguido que levante la nariz del libro; no he logrado que me mire a los ojos

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