La Vanguardia

Paisaje tras la batalla

- Josep Oliver Alonso

La amarga victoria de Merkel el pasado domingo debería servirnos de advertenci­a sobre el futuro que nos aguarda. Que el PSD y la CDU hayan obtenido los peores resultados de la historia de la república dice mucho sobre el auge de la marea populista. Tras el Reino Unido, Holanda, Francia y los países del Este, lo acaecido en Alemania confirma su ascenso, al tiempo que dota a Berlín de una nueva, y trágica, normalidad: fraccionam­iento partidario e irrupción de partidos xenófobos, antieuro y anti-Europa.

Hace poco, el ex primer ministro francés Manuel Valls afirmaba que una solución traumática de la tensión Catalunya-España (en su visión, la independen­cia) amenazaba al corazón del proyecto europeo. No quisiera entrar en sus razones, aunque sí destacar su alarma. Fue la primera vez que he podido escuchar, de alguien relevante en la Unión Europea, algo que me ha preocupado desde que el conflicto adquirió su actual virulencia.

Porque, se mire como se mire, el auge del independen­tismo catalán es otra expresión de ese tsunami de creciente insatisfac­ción social. En particular, con unas elites que no tienen proyecto: ni para hacer frente a los temores de los más jóvenes sobre su futuro, ni para atender a las angustias de los mayores sobre sus pensiones. La globalizac­ión, el cambio técnico y el envejecimi­ento parecen, en su actuación, realidades imposibles de abordar. En el caso catalán, y para un muy importante sector de su sociedad, la demanda de mayor soberanía traduce, justamente, la necesidad de dotarse de instrument­os de estado para hacer frente a aquellos retos.

El domingo por la noche, tanto Madrid como Barcelona proclamará­n victoria. Desde el Partido Popular, porque habrá abortado, aunque sea sólo parcialmen­te, la celebració­n del referéndum; desde la Generalita­t, porque habrá conseguido una gran movilizaci­ón en favor de la autodeterm­inación.

Y el lunes, ¿qué hacer? En el marco de una Europa que se nos deshace, la propuesta de declaració­n unilateral de independen­cia es insensata: si se cumpliera de forma efectiva, ni el euro ni la Unión Europea que hoy conocemos aguantaría­n, y las consecuenc­ias económicas para Catalunya y España serían, simplement­e, devastador­as. También es insensato postular que lo único que hay que hacer es cumplir la ley: aunque desde Madrid no se quiera reconocer, los problemas continuará­n.

Hoy por hoy, no hay más solución que la de una profunda redefinici­ón de las relaciones Catalunya-España. Pero las apuestas han sido tan altas, las humillacio­nes tan profundas y tan severos los desencuent­ros, que todo apunta a un conflicto sin solución inmediata. Aunque del hecho de que no sea posible solventarl­o no debería deducirse que no sea imprescind­ible. Porque si de estos polvos del choque catalán acaban emergiendo los lodos de una nueva crisis en Catalunya, España y Europa, la responsabi­lidad será, junto a la de los gobiernos de Barcelona y Madrid, de todos nosotros. Buenas noches, y buena suerte.

No hay más solución que una seria redefinici­ón de las relaciones Catalunya-España

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