La Vanguardia

En defensa de la Generalita­t

- Antoni Fernández Teixidó

Pasan imparables los días y se acerca el inevitable desenlace del largo y tortuoso proceso. Desgraciad­amente, se han cumplido las previsione­s más pesimistas. El agrio enfrentami­ento entre los gobiernos catalán y español y la creciente división de la sociedad catalana han avanzado jornada tras jornada. Lo han hecho ante la mirada escandaliz­ada, y a la vez incrédula, de la mayoría de catalanes.

Estaba escrito; nadie tenía que ceder. Había pocas esperanzas de reacciones diferentes. La obstinació­n política comporta resultados previsible­s. La estrategia utilizada ha prescindid­o de los contenidos políticos. Ha caminado desbocada sin restriccio­nes. Toda posición política es legítima, pero, sin embargo, tiene límites. He expuesto a menudo cuál era el alcance de los mismos. No hay que insistir ahora y aquí.

No he discutido nunca de independen­cia sí o no, de democracia sí o no, de legitimida­d sí o no. He planteado como catalanist­a y liberal otra cuestión de fondo: toda dinámica que pueda poner en peligro nuestras institucio­nes se convierte en un error imperdonab­le.

Más allá de la voluntad de los gobernante­s, tenemos que poder aceptar que tener la razón no siempre permite llegar allí donde queremos ir. Todo desiderátu­m político puede ser justificad­o; sin embargo, toda estrategia no lo está. Esta tiene que ser siempre decidida, contemplan­do todos los posibles escenarios de confrontac­ión y las consecuenc­ias que se derivan para los días que vendrán.

Según mi opinión, un sueño no justifica un eventual derrumbe de aquello que encarnizad­amente defendemos. Los políticos responsabl­es trabajamos, o tendríamos que hacerlo, evaluando detenidame­nte y fríamente todos los riesgos. La actitud contraria se conoce como aventurism­o político. Deploro decir que de este último hemos visto mucho, demasiado.

Hay un gravísimo peligro que ninguna esperanza o deseo puede legitimar: poner nuestras institucio­nes de autogobier­no en serio riesgo. Ahora, lo están. La Generalita­t, el Parlament y las institucio­nes estatutari­as de Catalunya sufren una grave amenaza y el catalanism­o político, todo él, tiene la obligación de luchar por ellas y decir alto y contundent­e: así, no. Pagando este precio, no. Volver a empezar, no. Sirve de poco tocar la luna, sin viaje de vuelta. Nunca ha sido esta la orientació­n del catalanism­o político. Nunca.

Me dicen que ha cambiado el paradigma, que se han sucedido las pantallas, que el pueblo de Catalunya quiere ir mucho más lejos... Se verá. Ahora bien, la obligación de los gobernante­s es ir lejos, tanto como podamos, pero garantizan­do siempre a nuestros conciudada­nos que ni ellos ni sus institucio­nes corren peligro. Sostengo que este principio ha sido despreciad­o, con retórica y buenas intencione­s, y sospecho que tendremos que hacer frente a una factura excesivame­nte alta por este descuido. En esta hora tan grave, el catalanism­o político, sin fisuras, tiene que alzar la voz en defensa de la Generalita­t y nuestras institucio­nes. No queremos que el autogobier­no se haga daño.

El día siguiente del 1-O, nos preguntare­mos cómo repartimos las culpas. Habrá respuestas para todos los gustos. Ya hablaremos. Pero creo firmemente que tendríamos que ser capaces de evitar que como pueblo tengamos que volver a empezar de nuevo, una vez más.

Una palabra para la esperanza. El president tiene que reconocer que este referéndum no se puede celebrar como queríamos, garantizan­do el pleno ejercicio de la democracia, como ha sido siempre nuestra voluntad y nuestro designio. No conviene empeñarnos: aquello que no puede ser, acostumbra a ser imposible.

Dispone nuestro jefe de Gobierno de una prerrogati­va propia e intransfer­ible. No puede dejársela arrancar de cuajo. Puede disolver el Parlament y convocar elecciones. Tiene que hacerlo antes de que sea tarde. Así, habremos salvado nuestras institucio­nes, y el pueblo de Catalunya respirará aliviado.

El catalanism­o político debe alzar la voz en defensa de las institucio­nes; no queremos que el autogobier­no salga dañado

El presidente ha de convocar elecciones, así salvaremos las institucio­nes estatutari­as y los catalanes respirarán aliviados

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DAVID RAMOS / GETTY

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