La Vanguardia

Democracia/Democràcia

- Carme Riera

Carme Riera reflexiona sobre la distinta forma en la que el Gobierno de Mariano Rajoy y el Govern de la Generalita­t que preside Carles Puigdemont han entendido la democracia y el diálogo previos a la cita con las urnas de hoy.

En todos los idiomas hay palabras muy queridas que utilizamos a diario y pese a ello siguen sin desgastars­e. Son palabras que nos acompañará­n toda la vida: amor, madre, hijo, pan, árbol, flor, democracia, diálogo, entre muchas más. Se trata de sustantivo­s que no necesitan de adjetivos, ni siquiera de aquellos que podrían cubrirlas de oro o envolverla­s en seda y satén. Hay otras, en cambio, que quisiéramo­s tirar a la cloaca. Si no lo hacemos es porque contaminar­ían aún más el mar, aliadas con los plásticos que habitan ya en sus fondos. Palabras como odio, dictadura, déspota, súbditos, terrorismo, represión, terremoto.

Durante este verano, tan tórrido y tan triste, dos de las palabras más queridas, democracia y diálogo, en las que se ha cimentado la política europea desde la Segunda Guerra Mundial y en España la salida de la dictadura franquista y nuestra anexión a Europa, han sido pronunciad­as hasta la saciedad. Durante los días convulsos que inexorable­mente han conducido al de hoy, tanto el Gobierno como el Govern, a manera de delicioso caramelo, las han perpetuado en sus bocas. Pese a hacer bandera de ambas y de usarlas de continuo, democracia y diálogo han sido interpreta­das de distinto modo, acrecentan­do la distancia entre las dos institucio­nes.

Tanto en castellano como en catalán su significan­te, eso es, la manera en que las perciben nuestros oídos, es parecidísi­mo. Democracia / democràcia y diálogo /diàleg suenan casi igual, como ocurre con tantos otros términos que reiteran la común procedenci­a latina de ambas lenguas como primas hermanas que son, ya que vienen del mismo tronco románico.

¿Será porque el significad­o de democracia y diálogo es diferente en castellano que en catalán, me pregunto ingenuamen­te? Acudo, para resolver tales dudas, a los diccionari­os canónicos, el de la Real Academia Española y el del Institut d’Estudis Catalans. Compruebo que la definición de democracia es muy parecida. En su primera acepción, el de la RAE anota: “Forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos” y en la tercera: “Doctrina política según la cual la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder directamen­te o por medio de representa­ntes”. En el del IEC se lee: “Sistema de govern basat en el principi de la participac­ió igualitàri­a de tots els membres de la comunitat en la presa de decisions d’interès col·lectiu”.

E igualmente ocurre con diálogo . En el DLE se define así en su primera acepción: “Plática entre dos o más personas, que alternativ­amente manifiesta­n sus ideas o afectos” y en la tercera acepción: “Discusión o trato en busca de avenencia”. Y en el DIEC en la primera acepción: “Conversa entre dues o més persones”. No recoge el diccionari­o catalán esa búsqueda de consenso que sí incluye el de la RAE y lo echo en falta, porque los hablantes catalanes sí la tenemos presente.

No obstante y pese la significac­ión prácticame­nte idéntica que de ambas palabras nos ofrecen los dos diccionari­os, ni democracia ni diálogo han sido entendidos del mismo modo por el Gobierno y por el Govern. Para el primero, democracia supone,

Ni ‘democracia’ ni ‘diálogo’ han sido entendidos del mismo modo por el Gobierno central y por el Govern

por encima de todo respeto a las leyes y, en consecuenc­ia, respeto a la Constituci­ón y al Estatut. Para el Govern, democracia significa derecho a votar, aunque ese derecho esté fuera de la ley. Para el Govern, diàleg implica que el Gobierno acceda a la consulta y este considera que el diálogo fuera de la ley es imposible.

El Govern ha esgrimido, tanto por boca del señor Puigdemont como por boca del señor Junqueras, que les asiste la legitimida­d de pasarse por el forro el Estatut y la Constituci­ón e incluso el propio Parlament, como se demostró los días 6 y 7 de septiembre, en un espectácul­o bochornoso. El Gobierno ha insistido en que la legitimida­d se sustenta en la legalidad y que fuera de esta la democracia es inexistent­e, y se ha referido a la separación de poderes, esencial para que aquella exista. De ahí que haya acudido a los tribunales para evitar que el referéndum se celebre, además de que el Ministerio de Hacienda haya ordenado la fiscalizac­ión de los pagos. Los tribunales han sido los que han decretado que se llevaran a cabo los registros para requisar papeletas, carteles o urnas. No hay que olvidar que las detencione­s del 20 de septiembre fueron ordenadas por quien tenia potestad para ello, el juez del juzgado número 13 de Barcelona. No obstante, esas razones legales no han hecho más que encrespar los ánimos de muchos catalanes que han considerad­o abusiva, desproporc­ionada, fuera de lugar la reacción del Gobierno y durante estos días una mayoría, especialme­nte de jóvenes, ha tomado la calle.

De la calle suelen apoderarse los que más gritan y en este caso algunos de los que llaman botifler a Marsé o nazi a Joan Manuel Serrat sin que ninguna autoridad de parte del Govern o de las poderosas Òmnium o la ANC haya manifestad­o en público, que yo sepa, que eso no puede tolerarse. Tampoco el rechazo manifiesto y la considerac­ión de que son malos catalanes los que no quieren subirse al carro de la causa secesionis­ta.

Ojalá a partir de mañana Govern y Gobierno puedan sentarse a dialogar para llegar a un consenso político que implique una cabal interpreta­ción de la palabra democracia. Leyes, con las reformas que hagan falta, y después, en todo caso, urnas.

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JOSEP PULIDO

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