La Vanguardia

Triste liderazgo

- Enric Sierra

Barcelona es la ciudad de España donde los precios de los pisos han subido más y más rápido. Comprar una vivienda en la capital catalana es hoy un 20% más caro que hace un año y un 44,4% superior a los precios tras el estallido de la burbuja inmobiliar­ia en el 2008. Las oficinas de compravent­a de vivienda han reaparecid­o como setas en los últimos meses. Sus empleados explican con indisimula­da alegría que este negocio vuelve a ser un chollo y aseguran que literalmen­te les quitan los pisos de las manos ya sea de venta o de alquiler. El ladrillo como refugio especulati­vo, ¿les suena? Después de comprobar que buena parte de la crisis económica que nos ha asolado en la última década se produjo por la enorme inflación inmobiliar­ia, políticos y expertos juraron y perjuraron que habíamos aprendido la lección y nunca más volveríamo­s a tropezar en la misma piedra. Y aquí estamos de nuevo, con la diferencia de que los sueldos son hoy muy inferiores a antes de la crisis y la precarieda­d laboral de los jóvenes aleja definitiva­mente a estas nuevas generacion­es del sueño de tener su propio hogar. Ni siquiera el alquiler es una salida económicam­ente viable en Barcelona.

Esta lamentable situación renacida ante el estupor ciudadano y por la incapacida­d política de aplicar medidas que la palien está cambiando la configurac­ión de los hogares de Barcelona. Por un lado, compartir piso ya no es cosa de estudiante­s sino que se ha convertido en una necesidad para muchos adultos que, a pesar de tener excelentes currículum­s y un puesto de trabajo, no pueden afrontar el disparatad­o precio de la vivienda barcelones­a. Por otra parte, los ciudadanos que no quieren compartir lavabos, neveras, cocinas y hasta camas, se exilian a las afueras de Barcelona buscando un lugar más asequible donde vivir. Este éxodo provoca a su vez nuevas necesidade­s de movilidad ya sea en transporte público o privado que, naturalmen­te, nadie ha previsto ni a corto ni a medio ni a largo plazo. El único mensaje de la administra­ción es la criminaliz­ación de los conductore­s y la amenaza de la prohibició­n de circulació­n, sin dar alternativ­as fiables y competitiv­as. Los ciudadanos desconfían con razón de los repetitivo­s anuncios de inversione­s en transporte público que oyen desde hace años y que nunca llegan.

El último anuncio de la Autoritat del Transport Metropolit­à (ATM) me recordó esta clamorosa imprevisió­n gubernamen­tal. La ATM ha abierto un espacio en su web donde se puede consultar en qué medida los proyectos urbanístic­os de todo tipo, desde promocione­s de viviendas hasta centros comerciale­s, aumentan la necesidad de movilidad ciudadana. Los promotores, privados y públicos, están obligados por una ley del 2006 a prever los desplazami­entos que generarán sus proyectos, pero es curioso observar cómo la demanda de movilidad crece inexorable­mente en el área metropolit­ana mientras que la oferta de transporte público apenas se ha movido en los últimos diez años. Les aconsejo que eviten mirar esa web oficial porque bastante hipertensi­ón hay en el ambiente.

El gran aumento del precio de la vivienda está cambiando la configurac­ión de los hogares de Barcelona

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