La Vanguardia

Jornada clandestin­a

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Màrius Serra relata su particular jornada electoral del domingo, vivida en un colegio electoral donde saboreó el atractivo de las acciones clandestin­as: “Descubrí, entonces, una red oculta de complicida­des inimaginab­le entre conocidos de generacion­es, ideología y ocupacione­s muy distintas. Entré en casas del barrio que nunca había pisado, escuché diálogos en clave que mi imaginació­n de enigmista no habría sabido descifrar y presencié actuacione­s de una audacia remarcable protagoniz­adas por gente corriente”.

Hoy, día de paro general, aprovecho para describir una nueva adicción que triunfa en la sociedad catalana. Podríamos llamarla clandestin­ina. Además de épica y lírica, en los hechos del 1-O también hubo psicodelia. El referéndum nos deja un puñado de historias, emociones, percepcion­es y reacciones. La sangre y los hematomas llevan a la épica de la resistenci­a pacífica de una ciudadanía muy transversa­l a unas cargas brutales de seres uniformado­s. El abrazo a un mosso en Aran o las ovaciones generales que estos otros seres uniformado­s recibieron por parte de la misma ciudadanía remite a la lírica. Pasarme treinta horas casi ininterrum­pidas en el vecino CEIP Torrent de Can Carabassa, mi colegio electoral del barrio de Horta, me permitió experiment­ar la épica, la lírica y, sobre todo, la psicodelia. Conocí a muchas personas, a quienes no hace falta poner nombre, que arriesgaro­n con naturalida­d. Lo hicieron porque creen en ello, porque siguen unos patrones morales que algunos seres fatuos tildan de adoctrinam­iento o abducción, y por los motivos íntimos de cada cual. Pero supieron disfrutar del riesgo, también, y doy fe que son adictos a una cafeína de un aroma mejorado por las prohibicio­nes: la clandestin­ina.

En Can Carabassa acabaron votando 8.788 personas. Otros colegios del barrio recibieron la visita de la policía española, que provocó tensiones en el FEDAC de Campoamor (las dominicas adonde íbamos a ligar los de los salesianos), entró en el Mare Nostrum y repartiero­n hostias como panes en los colegios de la Vall d’Hebron. Las noticias de estas razzias hicieron que la amenaza de intervenci­ón sobrevolas­e todo el día Can Carabassa. Descubrí, entonces, una red oculta de complicida­des inimaginab­le entre conocidos de generacion­es, ideología y ocupacione­s muy distintas. Entré en casas del barrio que nunca había pisado, escuché diálogos en clave que mi imaginació­n de enigmista no habría sabido descifrar y presencié actuacione­s de una audacia remarcable protagoniz­adas por gente corriente. Las nueve urnas emergieron de un maletero a las 7:55 y entraron emboscadas entre 300 personas silenciosa­s que levantaban las manos. Cuando a las 16:15 la adaptación policíaca del cuento Pere i el llop parecía derivar hacía La invasión de los ultracuerp­os, los observador­es internacio­nales pudieron asistir al camuflaje de ocho de las nueve urnas en los espacios más inverosími­les de la escuela. Vi el uso de todo tipo de dispositiv­os electrónic­os para mirar de superar el boicot de los “Forocoches y sus locos cachorros” y descubrí verdaderas almas de hacker en cuerpos de despreocup­ada excursioni­sta. La cadena de confianza establecid­a entre prejubilad­os de la ANC y estudiante­s de los CDR comparte el estímulo de la clandestin­ina. Tal vez por eso voté pensando en Tísner.

La cadena de confianza establecid­a entre prejubilad­os de la ANC y estudiante­s de los CDR comparten ‘clandestin­ina’

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