La Vanguardia

Arundhati Roy

ESCRITORA

- NÚRIA ESCUR

La autora (55) de El dios de las pequeñas cosas no había sentido necesidad de volver a la novela hasta ahora, veinte años después de aquel superventa­s, cuando publica su segunda obra de ficción, El ministerio de la felicidad suprema.

Hace veinte años que Arundhati escribió El dios de las pequeñas

cosas. Un relato conmovedor surgido de una escritora india de una belleza magnética resultaba una mezcla que no podía fallar. La novela (la historia de tres generacion­es de una familia de la región de Kerala que se desperdiga por el mundo y se reencuentr­a en su tierra natal), escrita en lengua inglesa por la escritora india, ganó el premio Brooker aquel 1997 y se convirtió en un verdadero fenómeno mundial con sus ocho millones de ejemplares vendidos en todo el mundo y su texto original traducido a 47 lenguas.

Ayer, Arundhati Roy (Shillong, 1961) recaló en Barcelona para presentar su último libro, El ministerio de la felicidad suprema,

que Anagrama publica en castellano y catalán. Un recorrido por los barrios masificado­s de la Vieja Delhi y las carreteras de la ciudad nueva, por los montes y los valles de Cachemira y más allá.

El acto se inició tras unos minutos de silencio que el director del CCCB, Vicenç Villatoro, definió como “repulsa por la violencia de Estado que vimos ayer”. También advirtió que los hechos de los últimos días con toda probabilid­ad “provocarán un impacto en nuestra programaci­ón”.

La última novela de Arundhati Roy está dedicada a los desconsola­dos. “A todos los oprimidos y contra un tipo de fascismo que existe en India”, en palabras de Jorge Herralde, que desveló la única condición que la autora índia exigió a todos sus editores: que la portada fuera uniforme en todos los rincones del mundo. Una novela difícil y compleja, de escritura bellísima, llena de humor explosivo, “que quiere romper fronteras también estilístic­as”, puntualizó la editora Silvia Sesé, que recordaba El dios de las

pequeñas cosas como un hito en nuestra educación lectora.

Una galería de personajes deambulan por las páginas de este volumen que ha sido el retorno de la escritora tras dos décadas apartada de la ficción: Anyum –que nace hermafrodi­ta–, con quien arranca la historia en un cementerio al que llama hogar, Tilo y los hombres que la amaron, su casero (antiguo pretendien­te, hoy oficial de inteligenc­ia destinado en Kabul), las dos miss Yebin... seres aprisionad­os entre sus ideas y su realidad.

Arundathi Roy empezó el encuentro señalando que, casualment­e, siempre aparece en lugares donde hay movimiento­s revolucion­arios. Como activista y disidente desde hace muchos años quiso lanzar un mensaje a la ciudadanía: “Recordad algo: cuando ocurren cosa importante­s es necesario parar y respirar”.

Y evocó su propia historia. “Con El dios de las pequeñas cosas me hice famosa. Entonces un gobierno de extrema derecha hindú llegó al poder. Querían que yo fuera el rostro de esta nueva India donde se realizaban pruebas nucleares”. La escritora se negó. “Yo no tenía ninguna intención de convertirm­e en traductora entre Oriente y Occidente. Por eso he pasado veinte años reivindica­ndo y escribiend­o ensayos”.

El ensayo es urgente, la novela no, recordó. La novela te permite mirar desde ventanas distintas y con distinta luz. Hay cosas que solo pueden explicarse desde la ficción. “Esta novela no es un manifiesto pero no tiene miedo de ser una obra política e íntima”, explica, al tiempo que lo ilustra con un ejemplo.

“En Cachemira han vivido años de ocupación militar, tengo amigos íntimos que viven allí”. Y sólo la ficción es capaz de explicar la verdad, de llegar donde no llegan las noticias, añade. “Allí, si asesinan a cualquiera de los suyos, salen a la calle miles de personas para enterrarlo mientras cantan “¡Libertad, libertad!”. Cuando eso ocurre la administra­ción les deja hacer, los soldados no actúan... saben que así la gente se desahoga y luego la masa vuelve a casa”.

“Cuando ocurren cosas importante­s es necesario parar y respirar”

“No es un manifiesto, pero no tiene miedo de ser una obra política e íntima”

De tal modo escribe Roy que se lleva por delante varias tramas a la vez que teje una alfombra de acontecimi­entos que puede llegar a confundir. Exige leerla con atención. “En India, como en todo el mundo, estamos vigilados desde nuestros teléfonos móviles. Controlado­s. Cuando participas en una revolución te entra la paranoia porque te das cuenta de que hasta para quedar con alguien,

para pasar informació­n, debes dejar fuera tu teléfono”.

La única posibilida­d de escapar a ese estado de vigilancia, explica Roy, es ver si somos capaces de salir de la red. “Sólo los indígenas están libres, porque están fuera de las redes digitales”. Y apostar por el diálogo aunque, advierte, “a veces hablar es hundirte en arenas movedizas. Y cuando eso ocurre vas viendo quién hay detrás de cada careta, falsos ciudadanos, radicales... una residencia de locos”. “No me creerían precisamen­te porque sabrían que lo que decía era verdad” (James Baldwin), reza una de las frases introducto­rias a los capítulos, como ejemplo de esa frontera tan frágil como difuminada entre la verdad y la mentira. “¿Para qué, la verdad? Mejor lo que creemos que es”.

El ministerio de la felicidad suprema es una historia de amor y protesta, de risa amarga, de gente rota por el mundo en el que vive y luego rescatada. Y ayer, especialme­nte, mucho también vieron en las palabras de su autora el reflejo de acontecimi­entos recientes y el dolor que comporta. Un público que buscaba paralelism­os y respuestas. “La historia de Cachemira arrastra un conflicto con la independen­cia que no se resuelve sólo con la fuerza o sólo con el diálogo”.

Defensora de la diversidad en la resistenci­a –a pesar de ser un proceso lento– Arundhati Roy destacó lo peligroso que resulta cualquier gobierno que utilice a su gente para su propaganda. “Así se alimenta el odio. En Cachemira cada vez que ataca el ejército la resistenci­a es mayor. Allí la violencia es de tal magnitud que disparan a los ojos de los adolescent­es. Hay jóvenes ciegos por esa causa”.

La autora, que ha cumplido 56 años, llegaba a Barcelona para participar en un ciclo del CCCB titulado Revolución o resistenci­a

(el próximo lunes contará con la participac­ión de Ángela Davis). Terminó explicando algo personal: “Un miembro del Parlamento sugirió hace poco que usaran a Arundhati Roy como escudo humano. Ya ven, escribir es un acto de conciencia política; a mí me parece que el compromiso con tu tiempo es esencial”.

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ANA JIMÉNEZ Rebelión Arundhati Roy, que ayer presentó su última novela, siempre llega a sitios donde acaba de haber movimiento­s revolucion­arios, explicó

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