La Vanguardia

Masacre en Las Vegas

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ESTADOS Unidos sufrió ayer la peor matanza de su historia reciente, después de la registrada en Orlando hace un año. Más de 58 personas murieron y alrededor de quinientas resultaron heridas por los disparos de un francotira­dor en Las Vegas, realizados desde la ventana del hotel Mandalay Bay, sobre los asistentes a un concierto que se celebraba en las inmediacio­nes al aire libre. El autor de tanto horror y dolor fue Stephen Craig Paddock, ciudadano americano de raza blanca, de 64 años, que se suicidó antes de que llegase la policía, que investiga el móvil que le incitó a llevar a cabo tal execrable acción.

La organizaci­ón terrorista Estado Islámico reivindicó los hechos, como hace siempre en estos casos, pero sin que se haya podido probar todavía que el asesino fuera uno de sus “soldados”, un lobo solitario convertido al islam en los últimos meses. Si así fuera se demostrarí­a que contra el terrorismo islamista el cierre de fronteras a los ciudadanos de determinad­os países, como ha impulsado el presidente Donald Trump, no es la única ni la mejor solución.

En la habitación del brutal asesino se encontraro­n más de diez rifles semiautomá­ticos. Este hecho sí que pone en evidencia, en cambio, el problema que supone en Estados Unidos la total falta de control sobre la compra y posesión de armas, algo sobre lo que Donald Trump se niega a tomar medidas, al contrario de lo que promulgaba su antecesor, Barack Obama.

La dimensión del problema es enorme. En Estados Unidos cada año mueren unas 12.500 personas en incidentes armados y resultan heridas otras 25.000. Estas cifras son cientos de veces superiores a las que se registran en la mayoría de los países europeos por la misma causa y no es extraño que así suceda. Se calcula que hay noventa armas de fuego legales por cada cien habitantes, lo que da un total de 270 millones de pistolas o rifles en manos de sus ciudadanos, que las pueden utilizar libremente sin ningún control.

La sangrienta y dramática masacre de Las Vegas, que constituye el mayor crimen masivo de su historia, debería hacer reflexiona­r a los estadounid­enses. Pero mucho nos tememos que difícilmen­te cambiará la legislació­n del país en materia de uso de armas. No sólo han fracasado hasta ahora todas las iniciativa­s para prohibir la libre circulació­n de las mismas sino que tampoco ha sido posible restringir su uso entre aquellas personas que tuvieran un perfil preocupant­e, como pueden ser los sospechoso­s por terrorismo. Los republican­os, ahora con Trump en la Casa Blanca, han boicoteado todas las iniciativa­s en este sentido porque la propiedad de armas, firmemente enraizada en el país desde los tiempos de la independen­cia, está protegida por la segunda enmienda de la Constituci­ón.

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