Elector se ofrece a partido razonable
Tengo una duda como ciudadano de Catalunya: ¿se puede condenar la represión policial y al mismo tiempo rebelarse contra las consecuencias del referéndum del 1 de octubre?
Si la respuesta es no, como creo que opina el president Puigdemont, hay poco que comentar y mucho por meditar sobre el gran porvenir que se abre a mis espaldas. ¿Volver a las tierras de los abuelos? Coño, son muy frías. ¿Hacer la viu-viu? Ya es tarde porque existe Google y contiene demasiados rastros de lo que defiendo, a diferencia del siglo XX, cuando la gente podía ser chaquetera.
La invisibilidad sería mi divisa para evitar que todos aquellos personajes –y personajillos– que amagan con “pasar lista” y “ajustar cuentas” cumpliesen su promesa (estoy convencido de que lo harían porque ilusión y talante les sobran).
En caso de que la respuesta a la pregunta inicial sea sí, me gustaría aprovechar el resto de esta columna para dar las gracias y compartir un sentimiento. Estoy desolado por lo sucedido porque esta no es la España que me gusta y porque no se pueden conceder estos regalos a unos dirigentes que hoy no tienen que explicarse sobre sus promesas incumplidas o pueden incluso decir “no hemos contribuido a esta tensión”, como afirmó ayer el president Puigdemont. Menos mal.
Los dos millones de votantes desafiaron una amenaza y fueron admirables en la defensa de sus convicciones, pero su sacrificio no certifica racionalmente que con semejante referéndum se pueda aprobar la DUI. Conforta comprobar que queda margen de maniobra y nadie tiene prisa en aprobar aquello que en teoría llevó a tantos catalanes a los centros de votación.
Todo esto es hablar por hablar porque después del colegio de San Ildefonso, el del Gordo de Navidad, no hay orfanato más inmenso en Europa que el de los tres millones de catalanes que no fueron a votar el domingo y viven bajo la amenaza de la marginación por su opción abstencionista.
¿Qué harán de nosotros? Hiere este desamparo aunque uno se va acostumbrando a casi todo. Andamos ahí, vagando por el espacio en su sentido margallesco, sin banderas en el balcón, ni calles que defender, contrarios a las porras pero alérgicos a las urnas cuando no son para todos. Ya anticipo lo que dirán algunos: ¡haber votado! Pero era tan y tan doméstico el referéndum. De no haber sido por los ciudadanos y todas esas cargas policiales...
La única ventaja de esta orfandad es que nadie te pide la opinión y todos prefieren que sigamos callados. Ellos se lo pierden –los partidos políticos– porque se trata de un banco de votos con potencial de botín. Somos, además, catalanes fáciles de contentar y también con ganas de votar. Limpios, poco huelguistas, partidarios del orden con minúscula, políglotas y con ganas indescriptibles de rehacer su vida y la de sus colegas.
Catalán con ganas de votar, sin interés económico, pulcro y de orden con minúscula busca partido