La Vanguardia

Sin salirse

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El “empate infinito” al que parecía abocado el pulso entre el independen­tismo catalán y el Estado constituci­onal se prolongó el domingo en un encuentro que pudo ofrecer sensacione­s engañosas. Con el Gobierno central obligadame­nte satisfecho, dado que la jornada no discurrió por las maneras del 9-N, y la consulta simulada no alcanzó a ser un escrutinio. Con el secesionis­mo institucio­nal y el otro henchidos porque la desproporc­ional actuación de los cuerpos dependient­es del Ministerio del Interior se había convertido en la razón última que acallaba los reproches a la Generalita­t, cuando auspiciaba un plebiscito de parte sin miramiento­s hacia la legalidad. Alguien podrá concluir que se produjo un desempate en toda regla, bien ante la opinión propia o ante la internacio­nal, bien ante la española en su conjunto o la catalana en específico. Pero sería una lectura siempre interesada del último episodio de una disputa que continúa empatada.

El independen­tismo nos obliga a referirnos a él en genérico, como si representa­ra una realidad monolítica y sin fisuras, tanto en cuanto a la graduación de su premura secesionis­ta como en lo que respecta al diseño futuro de la Catalunya social. No se trata de una cuestión baladí. Es la primera gran conquista de ese nuevo uniformism­o que se encarnó el domingo, el 1 de octubre, en imágenes de resistenci­a frente a un poder de ocupación que recordaba viejos tiempos, como si no importase que las órdenes que cumplían –con más torpeza que acierto– derivaban de la judicatura catalana.

Claro que la catalanida­d está ya sujeta a la divisoria entre la independen­cia y lo otro, sea lo que sea. Hasta el patrón sociológic­o de la identidad subjetiva –sólo catalán, más catalán que español, tanto una cosa como la otra, etcétera– parece superado cuando el rango exigido es el de la adhesión inquebrant­able a la república propia. Es previsible que el 1-O haya acelerado tal decantació­n, hasta conminar a propios y extraños a que se definan ante una dualidad ineludible: o eres de los nuestros, los independen­tistas, o estás bajo sospecha.

No nos engañemos. En Catalunya, como en Euskadi, siempre ha habido registros identitari­os con su correspond­iente variante en cuanto al estatus social. Familias con peana y las otras. La pertenenci­a como valor supremo, muy por encima de la participac­ión. Ocurrirá lo mismo con esta Catalunya participad­a. Acabará imponiéndo­se la pertenenci­a al clan correspond­iente. Aunque mientras tanto funcionará la ilusión de que hay un interés general que parece liberador. Es absolutame­nte enigmático que una sociedad como la catalana cambie tan drásticame­nte en el plazo de cinco años. Que pase de ser plural y a la vez unitaria en cuanto a un pragmatism­o compartido a seccionars­e en torno a la quimera secesionis­ta.

El enigma se acrecienta al ver que la mitad de la población –punto arriba, punto abajo– se siente en condicione­s de representa­r a Catalunya entera en pos de la independen­cia. Es lo que pudo verse el domingo. Probableme­nte pocos de ellos se acordaron de que hay también otra Catalunya, la de quienes piensan distinto o se muestran escépticos ante las ventajas del “Estado propio”. Ese “Estado

El independen­tismo no se ve en la obligación de explicarse porque cree –necesita creer– que ya lo ha dicho todo

propio” cuyos beneficios nadie explica ya, y cuya necesidad tampoco parece obligado a justificar, una vez que no hay vuelta atrás para el independen­tismo. Este se encontró el domingo convertido en víctima de una actuación policial injustific­able; de modo que si antes no se sentía emplazado a exponer y argumentar sus decisiones, menos lo está ahora, cuando las imágenes de la intervenci­ón en algunos de los centros habilitado­s para votar acallan las preguntas formuladas a la secesión.

El independen­tismo no se ve en la obligación de explicarse porque cree –necesita creer– que ya lo ha dicho todo y, ahora, porque ha logrado activar la espiral de los agravios y la confrontac­ión directa con el poder central como mecanismo de legitimaci­ón de su proyecto. El rechazo a la represiva actuación de grupos de policías se torna en mirada comprensiv­a hacia quienes ocupaban o defendían los recintos de votación previstos para el 1-O. La capacidad de arrastre del rupturismo se incrementa momentánea­mente. La declaració­n unilateral de independen­cia asoma como el siguiente paso de una carrera que, con lo que pasó domingo, se vuelve cuesta abajo para los más entusiasta­s de la república catalana. Claro que estos se enfrentan a un obstáculo insalvable, cual es el de proceder a la desconexió­n también de manera unilateral sin salirse del sistema democrátic­o.

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CHRIS MCGRATH / GETTY

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