¿Ahora sí?
Ahora el diálogo será más difícil que nunca. Todos los que creían que lo que hacía falta era pasar el 1 de octubre, para empezar a hablar a partir del día 2, deberán aceptar que esto ahora será diferente. El abismo se ha hecho más grande, las posiciones más irreconciliables, los sentimientos a flor de piel nos alejan de la serenidad que debería haber sido deseable.
El domingo fue un día triste. Por muchas razones. Tan evidentes que no hace falta relacionarlas. Triste, decepcionante. Desmoralizador. No es el Estado de ánimo que debería acompañar el inicio de una nueva etapa. Pero, esta es la conclusión: empieza una nueva etapa que ahora exige diálogo y respeto como base inexcusable de un futuro convivencial, en paz y en libertad. Hay una ambición colectiva de la sociedad catalana que ha de ser atendida; escuchada, reconocida y valorada. A partir de aquí, se puede y se debe hablar. Pero sin esta voluntad de comprensión, nada tendrá sentido.
No vale la pena detenerse en el examen de los errores que se hayan producido. Lo que hace falta es no repetirlos; aceptar que el diálogo es para cambiar la situación actual. Desde 2010, con la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut del 2006, se ha ido construyendo una desafección –como denunció el presidente Montilla– que no ha sido ni valorada ni comprendida. Ahora, toda esta carga ha explosionado y ha hecho –está haciendo– mucho daño a las bases de un hacer y un convivir en democracia y libertad. Reconducir esto será muy difícil, pero es muy, muy urgente intentarlo. En cualquier escenario que se contemple o en cualquier solución que se proponga, el diálogo será imprescindible. Ahora
El diálogo llega
tarde, pero seguramente era necesario vivir el 1-O para que entienda todo el mundo que era imprescindible; Europa nos lo pide, ¿podremos dialogar?
esto ya no es opinable; es absolutamente necesario.
Si faltaba alguna prueba más, es evidente que el 1-O ha puesto de manifiesto que estamos ante un problema político que sólo políticamente podrá ser resuelto. Hace tiempo que lo decíamos y no se ha querido comprender. Ahora, la evidencia es tan contundente que no merece la pena intentar razonarlo. Es el momento de la Política –en mayúscula– y de los políticos; de las instituciones representativas y de los poderes constituidos. Los ciudadanos ya han dicho lo que debían decir para hacerse oír. Ahora, el protagonismo está en los que tienen confiada la representación de los ciudadanos. Es un papel comprometido y difícil; pero para esto están.
La tensión, la emoción, dan cuerda a la expresión espontánea de mucha gente. Rabia contenida y, a veces, manifestada. Incluso, perplejidad ante escenas que no nos pensábamos volver a vivir nunca más. Pero nos toca construir futuro; un futuro convivencial, de pluralidad respetada, orgullosos de la diversidad, buscando y encontrando ambiciones e ilusiones compartidas. Y esto, ahora nos puede parecer difícil o incluso imposible. Pero tenemos una larga historia que nos demuestra que sólo así hemos salido y superado las amenazas a nuestra convivencia.
A veces, la tristeza y la rabia nos ayudan a encontrar la fuerza que no necesita de más valores que el del diálogo democrático y respetuoso como la vía más segura para el progreso de todos. El diálogo llega tarde, pero seguramente era necesario vivir el 1-O para que entienda todo el mundo que era imprescindible.
Ahora que incluso Europa nos lo pide, ¿podremos dialogar? Ahora, finalmente, ¿sí?