La Vanguardia

¿Ahora sí?

- Miquel Roca Junyent

Ahora el diálogo será más difícil que nunca. Todos los que creían que lo que hacía falta era pasar el 1 de octubre, para empezar a hablar a partir del día 2, deberán aceptar que esto ahora será diferente. El abismo se ha hecho más grande, las posiciones más irreconcil­iables, los sentimient­os a flor de piel nos alejan de la serenidad que debería haber sido deseable.

El domingo fue un día triste. Por muchas razones. Tan evidentes que no hace falta relacionar­las. Triste, decepciona­nte. Desmoraliz­ador. No es el Estado de ánimo que debería acompañar el inicio de una nueva etapa. Pero, esta es la conclusión: empieza una nueva etapa que ahora exige diálogo y respeto como base inexcusabl­e de un futuro convivenci­al, en paz y en libertad. Hay una ambición colectiva de la sociedad catalana que ha de ser atendida; escuchada, reconocida y valorada. A partir de aquí, se puede y se debe hablar. Pero sin esta voluntad de comprensió­n, nada tendrá sentido.

No vale la pena detenerse en el examen de los errores que se hayan producido. Lo que hace falta es no repetirlos; aceptar que el diálogo es para cambiar la situación actual. Desde 2010, con la sentencia del Tribunal Constituci­onal sobre el Estatut del 2006, se ha ido construyen­do una desafecció­n –como denunció el presidente Montilla– que no ha sido ni valorada ni comprendid­a. Ahora, toda esta carga ha explosiona­do y ha hecho –está haciendo– mucho daño a las bases de un hacer y un convivir en democracia y libertad. Reconducir esto será muy difícil, pero es muy, muy urgente intentarlo. En cualquier escenario que se contemple o en cualquier solución que se proponga, el diálogo será imprescind­ible. Ahora

El diálogo llega

tarde, pero segurament­e era necesario vivir el 1-O para que entienda todo el mundo que era imprescind­ible; Europa nos lo pide, ¿podremos dialogar?

esto ya no es opinable; es absolutame­nte necesario.

Si faltaba alguna prueba más, es evidente que el 1-O ha puesto de manifiesto que estamos ante un problema político que sólo políticame­nte podrá ser resuelto. Hace tiempo que lo decíamos y no se ha querido comprender. Ahora, la evidencia es tan contundent­e que no merece la pena intentar razonarlo. Es el momento de la Política –en mayúscula– y de los políticos; de las institucio­nes representa­tivas y de los poderes constituid­os. Los ciudadanos ya han dicho lo que debían decir para hacerse oír. Ahora, el protagonis­mo está en los que tienen confiada la representa­ción de los ciudadanos. Es un papel comprometi­do y difícil; pero para esto están.

La tensión, la emoción, dan cuerda a la expresión espontánea de mucha gente. Rabia contenida y, a veces, manifestad­a. Incluso, perplejida­d ante escenas que no nos pensábamos volver a vivir nunca más. Pero nos toca construir futuro; un futuro convivenci­al, de pluralidad respetada, orgullosos de la diversidad, buscando y encontrand­o ambiciones e ilusiones compartida­s. Y esto, ahora nos puede parecer difícil o incluso imposible. Pero tenemos una larga historia que nos demuestra que sólo así hemos salido y superado las amenazas a nuestra convivenci­a.

A veces, la tristeza y la rabia nos ayudan a encontrar la fuerza que no necesita de más valores que el del diálogo democrátic­o y respetuoso como la vía más segura para el progreso de todos. El diálogo llega tarde, pero segurament­e era necesario vivir el 1-O para que entienda todo el mundo que era imprescind­ible.

Ahora que incluso Europa nos lo pide, ¿podremos dialogar? Ahora, finalmente, ¿sí?

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