La Vanguardia

Dos mínimos momentos

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Todo el sabor de mi tierra cabe en una manzana”, escribió un poeta. Para este cronista, todo el sabor de la movilizaci­ón del domingo cabe en dos fotografía­s, y no son las de policías ni de guardias civiles desalojand­o colegios. Es la de ese señor de nombre desconocid­o que celebra como una victoria épica el hecho de haber votado. Y es la de esa mujer a quien se le saltan las lágrimas también después de votar. No cabe más emoción en esas personas. No cabe más sentimient­o. Si son independen­tistas, acaban de hacer su aportación personal al sueño de construir la República Catalana. Si no lo son, acaban de ejercer su personal, su intransfer­ible derecho a decidir. Es, además, su triunfo frente a los obstáculos legales y policiales. Es la confirmaci­ón de su importanci­a como personas. Es su acto de heroísmo.

Después de ver esas imágenes, escuché muchas palabras de gentes muy importante­s del Estado español, gentes que hablan de leyes y otras solemnidad­es, y tienen razón en lo que dicen. Tienen la razón jurídica y quizá la razón política e incluso la razón del sentido común. ¿Quién puede le negar sentido común al señor Rajoy, por ejemplo? Pero, ay, la razón, ese privilegio del ser humano y de la inteligenc­ia, ¡qué poco vale, qué poco pesa ante la sensibilid­ad! Ni en política ni en nada se puede renunciar a la razón ni al sentido común, pero no se deben aplicar sin tener en cuenta las emociones, que son las que mueven a los pueblos.

Esa sería mi aportación a este momento difícil –y lo tengo que decir, dramático–, aparenteme­nte sin salidas, donde mi patria se puede romper en dos y dejar un reguero de rencores: simplement­e mirar esas fotos, empaparse en ellas, guardarlas como guía para entender a la Catalunya más íntima. En ellas está lo que dice Albert Rivera para sorpresa de tantos: el arraigo social del independen­tismo. En ellas está la evidencia de que un ansia de votar se convierte en necesidad casi espiritual, que no se puede contener con el simple uso de la fuerza, sea judicial o sea policial. Y en ellas está la enorme distancia que existe entre quien es capaz de llorar después de depositar un voto y quien le llama golpe de Estado.

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