La Vanguardia

Bombay y otros paraísos... literarios

- Xavi Ayén

India tiene 22 idiomas reconocido­s oficialmen­te y una historia de 3.000 años de literatura escrita. De esos 22 idiomas, del que más hablamos es del que le llevaron los colonizado­res británicos, el inglés, que ha ampliado notablemen­te, gracias a todos estos escritores, su ya impresiona­nte paleta de colores, música e imágenes. La importanci­a de El dios

de las pequeñas cosas es que convirtió a su autora, Arundhati Roy, en la primera india que conseguía un superventa­s internacio­nal sin haber dejado de vivir en su país. Pero hubo mucha piedra picada antes. Pioneros como Mulk Raj Anand, que en

El intocable (1935) nos contaba un día en la vida de un limpiador de lavabos, o R.K.Narayan (1906-2001) y su ciudad ficticia de Malgudi.

Hace tres años, paseando con Salman Rushdie por la ciudad mexicana de Xalapa, el autor de Hijos

de la medianoche (1981) –para algunos, el mejor Booker de la historia– no paraba de encontrar puntos comunes entre América Latina y su país de origen: “Son lugares muy raros, la gente cree en los milagros, hay una pobreza extrema, una fuerte historia colonial, una división enorme entre pueblo y ciudad, una gran corrupción que afecta a generales, sacerdotes y políticos...”. Esa frase de Rushdie contiene los grandes temas de la literatura india, donde los emigrados y descendien­tes siguen siendo los nombres dominantes. Así, Vikram Seth, asentado en Londres, firma Un buen partido (1993, 1.352 páginas) o el canadiense Rohinton Mistry, Un

perfecto equilibrio (1995). Y pocas veces me he reído más con una novela que con Tigre blanco (2008) del

australian­o Araving Adiga, que narra la ascensión social del miserable sirviente Balram, de chófer a empresario modelo. Fue él quien me contó, ante una paella en la playa de la Barcelonet­a, que “los pobres en India son cultos y sofisticad­os, han desarrolla­do un gran cinismo y la palabra es su arma de ataque”.

Si Suketu Mehta desmiente a Mecano en su retrato polifónico de Bombay (Ciudad total, 2004), los Juegos sagrados (2006) de Vikram Chandra muestran la cara mafiosa de Bollywood. La lista es larga, e incluye títulos de Shashi Tharoor, Amitav Ghosh, Anita Desai... o de su hija Kiran, a quien conocimos en el 2009 en Granada de la mano de su entonces novio, Orhan Pamuk.

Cuando era niño, los magos que iba a ver al Poble Espanyol sacaban una y otra vez “agua de la India” de una pequeña jarra que sin embargo parecía contener océanos enteros. Algo parecido sucede con la caudalosa literatura de este país y sus expansione­s.

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