Oriente-Occidente
La Biennale Música en esta edición 2017 tiene marcado interés en el reconocimiento que dedica a destacados compositores de origen oriental por su aportación a la música contemporánea de concierto. Músicos que, como ocurre con importantes artistas plásticos y cineastas, residen por otra parte en Occidente compartiendo sus valores. Un tema que nos resulta muy cercano ya que –entre otras cosas– el director de nuestra OBC es japonés. Un mundo donde el arte es en gran medida mercado, y otro en el que valores como la meditación, el gesto religioso, marcan el perfil, aunque sea exterior.
Hablando de interioridad, no quiero dejar de señalar la extraña sensación de escribir sobre estos temas en momentos tan difíciles en Catalunya, y lo digo como expresión de solidaridad con una sociedad que sabe lo que es mirar “al otro”, solidaria y consecuente con su pensamiento.
Volviendo a este punto de encuentro entre Oriente y Occidente que es Venecia, la crónica de estos primeros tres días de festival es elocuente y de interés. La apertura fue dedicada a Inori, una obra muy importante de Stockhausen de los años setenta; “una extraña liturgia guiada por un adorante mudo situado algunos metros sobre una orquesta de 33 ejecutantes, que utiliza gestos rituales de diversos cultos” que siguen al detalle movimientos musicales claramente establecidos por el autor en la partitura, que incluye también al detalle la escenografía.
Excelente trabajo mímico de Roberta Gottardi y Marco Angius en la dirección; una obra que alude a la meditación y que intenta –a través incluso de sonoridades de instrumentos de Oriente– una simbiosis entre ambas culturas.
Reconocimiento pues a Stockhausen, que incluso dejó una huella marcada en el mundo de la música actual en artistas como Pink Floyd o Brian Eno. Y visión desde Occidente, que al día siguiente mostró su otra cara con la concesión del León de Oro al compositor chino, muy reconocido por su música para cine, Tan Dun, que vive en Nueva York, y cuyo pensamiento está muy sustentado en su propia vida, y en las enseñanzas de su niñez en una China que aún era la de la revolución cultural, carente de contactos con nuestra música. Tan Dun dirigió a la Orquesta de la RAI en tres obras suyas: Passacaglia: Secret of wind and birds 2015, en la que usa sonidos de pájaros que la orquesta hace sonar a través de sus teléfonos móviles, The tears of nature, concierto para percusión, y Concerto for orchestra Marco Polo (2012).
Tan Dun hace gala de la inmersión en la naturaleza, aunque su realización es superficial, es un mero paisaje bien construido, ideal para el cine, en el que no muestra complejos, ya que utiliza variedad de ritmos, incluso marcado el mambo a lo Xavier Cugat, y un alarde de percusiones sin profundidad. Es un artista en plena producción con un lenguaje directo, que puede deparar sorpresas significativas.
Por fin, el tercer concierto, el día 1, dedicado a Pièce Concertante una obra de cámara de la ya histórica Isang Yun (1917-1995), y a dos obras de Unsuk Chin (1961), figura en ascenso, que desarrolla una estética centrada en esquemas rítmicos y efectos, con escaso aprovechamiento de otros ámbitos de los instrumentos de que dispone, aunque con una resultante personal que parece conectar con el público.
Pienso que será otra –no digo que con justicia– de las próximas a premiar en la Biennale.