La tolerancia como gimnasia
MANIFESTACIONES multitudinarias llenaron las plazas de todas las ciudades catalanas en protesta por las cargas policiales del domingo, dentro de una jornada que paralizó en buena medida Catalunya. Los cortes de tráfico en carreteras y autopistas, así como el paro en los transportes, facilitó la llamada “huelga de país”. Más allá de la tensión de los últimos días, el civismo se impuso en todas ellas. Es admirable comprobar que en concentraciones tan numerosas se evitó los incidentes. Ni los más indignados se salieron del guión. Se diría que el personal tenía la sensación de que el mundo los contemplaba y actuaron con gran responsabilidad.
La jornada había empezado tensa, con escraches a partidos, persecuciones a policías e incluso aislados acosos a periodistas. Y, a menudo, con el insulto como arma arrojadiza. Las redes sociales distribuyeron vídeos de enfrentamientos verbales e incluso físicos que deberían evitarse.Toda posición política puede defenderse en democracia sin necesidad del uso de la palabra soez y la intimidación grosera. En este sentido, no nos cansaremos de pedir un esfuerzo por preservar la convivencia más allá de las grandes concentraciones. Las tensiones que afloraron ayer no deberían presagiar ninguna tempestad, aunque algunas anécdotas de la jornada resultan preocupantes. La revolución de las sonrisas no debe desembocar en comportamientos que inviten a cambiar el rictus.
La sociedad catalana está divida, pero no exactamente rota. Tarde o temprano tendremos que recoser sus costuras. Deberíamos hacer un último esfuerzo para salvaguardar la convivencia, pensemos como pensemos. Quien opina diferente no es un traidor, ni mucho menos un enemigo. La tolerancia es como la gimnasia: hay que practicarla a diario para no perder la forma.