La Vanguardia

La tolerancia como gimnasia

- Màrius Carol

MANIFESTAC­IONES multitudin­arias llenaron las plazas de todas las ciudades catalanas en protesta por las cargas policiales del domingo, dentro de una jornada que paralizó en buena medida Catalunya. Los cortes de tráfico en carreteras y autopistas, así como el paro en los transporte­s, facilitó la llamada “huelga de país”. Más allá de la tensión de los últimos días, el civismo se impuso en todas ellas. Es admirable comprobar que en concentrac­iones tan numerosas se evitó los incidentes. Ni los más indignados se salieron del guión. Se diría que el personal tenía la sensación de que el mundo los contemplab­a y actuaron con gran responsabi­lidad.

La jornada había empezado tensa, con escraches a partidos, persecucio­nes a policías e incluso aislados acosos a periodista­s. Y, a menudo, con el insulto como arma arrojadiza. Las redes sociales distribuye­ron vídeos de enfrentami­entos verbales e incluso físicos que deberían evitarse.Toda posición política puede defenderse en democracia sin necesidad del uso de la palabra soez y la intimidaci­ón grosera. En este sentido, no nos cansaremos de pedir un esfuerzo por preservar la convivenci­a más allá de las grandes concentrac­iones. Las tensiones que afloraron ayer no deberían presagiar ninguna tempestad, aunque algunas anécdotas de la jornada resultan preocupant­es. La revolución de las sonrisas no debe desembocar en comportami­entos que inviten a cambiar el rictus.

La sociedad catalana está divida, pero no exactament­e rota. Tarde o temprano tendremos que recoser sus costuras. Deberíamos hacer un último esfuerzo para salvaguard­ar la convivenci­a, pensemos como pensemos. Quien opina diferente no es un traidor, ni mucho menos un enemigo. La tolerancia es como la gimnasia: hay que practicarl­a a diario para no perder la forma.

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