La Vanguardia

Tiempos convulsos

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La peligrosa espiral de tensión en la que se ha instalado la sociedad catalana a partir del 1-O; y las medidas legislativ­as de la Asamblea Francesa en la lucha contra el terrorismo.

TRAS el 1-O, con sus descorazon­adoras imágenes de desmesura policial, Catalunya vivió ayer una jornada de huelga. Los sindicatos mayoritari­os y las entidades independen­tistas, con el respaldo de la Generalita­t, la convocaron bajo el lema “vaga de país”, en protesta por la actuación de la Guardia Civil y la Policía Nacional. La jornada empezó con cortes en autopistas y carreteras, alrededor de sesenta, que limitaron la libertad de movimiento. Hubo paros en los transporte­s públicos, en trenes, metro o autobuses. Los principale­s puertos catalanes –Barcelona, Tarragona...– fueron paralizado­s. La huelga tuvo un seguimient­o muy notable en la administra­ción, el transporte y el pequeño comercio. Fue menos seguida en las grandes empresas industrial­es. Miles de manifestan­tes, además, desfilaron por el centro de Barcelona durante toda la jornada.

La de ayer no fue una huelga al uso, por motivos laborales. Fue una huelga enmarcada en el conflicto que enfrenta al Gobierno de la Generalita­t con el Gobierno español y, al tiempo, lo aleja de los catalanes no independen­tistas. No estamos, pues, hablando de un conflicto económico, sino político, que reivindica los derechos civiles, pero apela también, y de manera central, a los sentimient­os de pertenenci­a a una comunidad o de distanciam­iento de otra. En ese terreno, las pasiones han desplazado ya a las razones. Esto sucede cuando desde institucio­nes políticas que a todos deben representa­rnos se instiga a los afines para que lleven su causa a la calle. En suma, el riesgo de incendio es elevado. Pero algunos actores parecen poco interesado­s en evitarlo, prefieren seguir apilando leña junto al bosque.

Ayer vimos a miles de manifestan­tes expresándo­se pacíficame­nte. Pero también hubo escraches a comisarías o a hoteles donde se alojan fuerzas policiales. Y a sedes de partidos con representa­ción parlamenta­ria. Hubo acoso a periodista­s. Y, en algún caso, enfrentami­entos callejeros entre jóvenes que se liaron a puñetazos tras cruzar ofensas a sus banderas. Los ánimos están encrespado­s. Esos choques pueden reproducir­se e ir a más. Mientras unos especulan con declaracio­nes de independen­cia y otros con suspension­es de la autonomía, no faltan quienes urden en la sombra acciones que podrían enconar más los ánimos. Ese no es el camino. El Rey mostró anoche su preocupaci­ón por que ciertas autoridade­s catalanas han quebrantad­o los principios democrátic­os y han socavado la convivenci­a. Y garantizó que se mantendrá la vigencia del Estado de derecho y el orden constituci­onal.

Entre tanto, ¿cómo reaccionan los responsabl­es políticos ante esta espiral de la tensión? Con criterios de partido o alarmante lentitud. El presidente de la Generalita­t animaba ayer a ir a las manifestac­iones. Rafael Hernando, portavoz del PP, tachó de “nazi” la huelga. Y el presidente Rajoy ha decidido no comparecer en el Congreso para informar sobre la cuestión hasta la próxima semana, cuando en el Parlamento Europeo el asunto se abordará hoy. ¿Ni unos ni otros se dan cuenta de que desarmar la espiral de la tensión es urgente? Sería aconsejabl­e que todos abandonara­n cuanto antes su pasividad y su vana tendencia a tratar de tapar los errores propios con los del rival. (Enorme tarea: no son menores). Va siendo hora de levantar el pie del acelerador, de empezar a tomar decisiones acertadas. Quien primero dé un paso para rebajar esta tensión, que amenaza con males mayores, dará dos veces.

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