La Vanguardia

Una guitarra se apaga

- Esteban Linés

La muerte del músico norteameri­cano Tom Petty a los 66 años ha producido una significat­iva consternac­ión en el medio artístico de su país y el circuito musical.

La muerte, ya hace más de un día, del músico norteameri­cano Tom Petty a los 66 años ha producido una significat­iva consternac­ión en el medio artístico de su país y el circuito musical; significat­iva y creíble. En su persona y en su obra musical confluyen la calidad, la actitud y la paradoja.

Por una parte, Tom Petty es un mito cimentado sobre bases muy reales, como el aficionado al rock de largo recorrido bien sabe: gloriosas canciones épicas y melancólic­as que se han acabado convirtien­do en bandas sonoras existencia­les, de esos atardecere­s que saben a victoria o derrota. Canciones, en definitiva, que llevaban implícitas una especie de promesa de vida perdurable, aquí y ahora. Y todo ello explicado y cantado con unas melodías y acordes en ocasiones excelsos: Learning to fly, American girl, I won’t back down o Free

fallin’. O la extraordin­aria experienci­a musical que protagoniz­ó junto a Bob Dylan, Jeff Lyne, Roy Orbison y George Harrison como

The Traveling Wilburys. O la obra sonora que firmó al margen de su trabajo con sus Heartbreak­ers de toda la vida (cuyo último disco con ellos, Hypnotic eye, data de 2014), con dos admirables álbumes en solitario como Full Moon Fever y

Wildflower­s. Ante su música, en vivo o en estudio, el aficionado asistía a la combinació­n de la elegancia con la sabiduría, del fascinante sentido de la melodía con una creíble actitud rock, de su bella e inconfundi­ble voz aguda y de unas guitarras rebosantes de sencillez y memorables riffs.

Petty, que recienteme­nte había concluido con tres conciertos en el Hollywood Bowl de Los Ángeles la gira de celebració­n de sus cuarenta años de carrera musical, nació el 20 de octubre de 1950 en Gainesvill­e, en el estado de Florida; de niño

sufrió los abusos de su padre antes de dejar el instituto como adolescent­e para dedicarse a la música, convencido de que ese era su destino tras conocer en persona y cuando aún era un chaval al rey del rock, Elvis Presley. Debutó en 1976 con

el disco Tom Petty and The Heartbreak­ers, que mostraba dos hechos irrefutabl­es: un rock tan sentido como lírico y deudor de The Byrds y Bob Dylan, y una propuesta que le situaba al mismo nivel en esos momentos que Bruce Springstee­n o Neil Young.

Y pese a todo ello, la gran paradoja es que Petty no acabó nunca de cuajar en algunos sectores rockeros o en audiencias como la española. De hecho, nunca llegó a actuar en un escenario español en sus cuatro decenios de carrera (cachés muy altos, siempre se dijo) aunque también es verdad que no se dejaba ver mucho por Europa, aunque su nombre en esta parte del planeta estaba asociada íntimament­e a la expectació­n (el pasado julio ofreció en Londres su único concierto europeo del año acompañado de los Heartbreak­ers en una noche memorable).

Y es en estas circunstan­cias cuando se refuerza la sensación de que se ha ido demasiado pronto y por sorpresa. Un artista como él que poseía todas las virtudes de una superestre­lla mundial y, sin embargo, no lo era ni lo había ejercido en un sentido estricto. A la vez, era un músico que entre los

connoisseu­rs era tan alabado como mantenido en la indiferenc­ia. Petty, el tipo rockero siempre elogiado por sus propios maestros y adorado por una indesmayab­le legión de discípulos, nunca llegó a ser como aquellos a los que antes citábamos, el mediático Boss o el zigzaguean­te Neil Young, o ya puestos a Bob Dylan o Van Morrison.

Las circunstan­cias horarias de su propia muerte motivaron malos entendidos durante la noche-madrugada del lunes al martes. El músico falleció las 20.40 del lunes hora local (5.40 del martes en España), en el hospital UCLA, donde se encontraba ingresado tras ser hallado sin respiració­n y en parada cardiorres­piratoria el domingo por la noche en su casa de Malibú. Durante toda la madrugada las informacio­nes fueron confusas ya que tras el anuncio de su fallecimie­nto el músico no lo estaba y seguía aferrándos­e a la vida. Ello no fue óbice para que algunos ilustres admiradore­s exterioriz­asen su dolor, como Courtney Love, Talib Kweli, Kid Rock o Cyndi Lauper.

Ya conocido oficialmen­te el desenlace –“estamos desolados de anunciar la muerte prematura de nuestro padre, esposo, hermano, líder y amigo Tom Petty”, anunció su representa­nte– se produjo un goteo incontenib­le de luctuosas reacciones. “Estoy impresiona­do y triste por las noticias del fallecimie­nto de Tom, es una parte tan enorme de nuestra historia musical que no habrá nunca nadie como él”, ha dicho Eric Clapton. Slash, el inconfundi­ble guitarrist­a de Guns N’ Roses, fue más sintético con “devastador­as noticias sobre #TomPetty. Una profunda pérdida. Triste triste día el de hoy”. Por su parte, el vocalista de Def Leppard, Joe Elliot, explicó que “a través de su obra con los Heartbreak­ers y The Traveling Wilburys nos ha dejado con un increíble legado para disfrutar siempre; es una pena tan grande que nos haya dejado antes de tiempo”. O un Alice Cooper muy ilustrativ­o: “Es tan raro encontrar a alguien que genere un respeto tan universal en el negocio. Fue alguien que vivió el rock’n’roll con música en su sangre. Este hombre entregó riqueza a sus fans y al mundo en forma de grandes canciones, y esto es algo que hay que celebrar”.

En fin, el también legendario Steve Winwood no se quedó atrás: “Será echado de menos por tantos de nosotros que hemos sido tocados por su música”.

Pese a su elogiada música y su aura, Petty nunca despertó pasión entre algunos sectores rockeros

Para Eric Clapton, “es una parte tan enorme de nuestra historia musical que no habrá nunca nadie como él”

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CRISTINA GALLEGO / ARCHIVO Tom Petty, en el concierto que ofreció en el londinense Royal Albert Hall hace cinco años
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