La Vanguardia

Añoranza de liderazgo

- Fernando Vallespín F. VALLESPÍN, catedrátic­o de Ciencia Política de la Universida­d Autónoma de Madrid

Los sistemas democrátic­os carecen de dispositiv­os automático­s con capacidad para enmendar sus muchos fallos. Cuando se gripa el motor y se llega a situacione­s de bloqueo institucio­nal, la maquinaria y los rutinarios procedimie­ntos habituales deben dar paso a ese intangible que recibe el nombre de liderazgo. Como el carisma, es un atributo, un arte, de difícil definición, aunque siempre lo reconocemo­s cuando estamos en su presencia. O, como en el conflicto catalán, cuando se masca su ausencia. Si hay algo en lo que podemos coincidir (casi) todos, es en que ha carecido de líderes a la altura del desafío, tanto por parte del Estado como del Gobierno catalán. Sólo así puede explicarse que una democracia ya madura como la nuestra haya provocado este estropicio. Creo que no es momento de insistir en las responsabi­lidades respectiva­s de unos u otros, sino en la búsqueda de soluciones. Y, por lo dicho, estas pasan de forma casi inexorable por un cambio de los actores como momento previo antes de transforma­r las reglas. Pocos dudan a estas alturas que la encontremo­s si no se emprende la adecuada reforma constituci­onal. Pero para que esta se lleve a efecto alguien la tendrá que impulsar. Y, por definición, adicionar los suficiente­s consensos para hacerla posible.

Tengo para mí que los dos grandes obstáculos que se interponen a la hora de conseguir el objetivo son el nacionalis­mo sociológic­o español, por una parte, y la insistenci­a en el referéndum de autodeterm­inación, por la otra. Sin un cambio de actitud del primero, y lo hemos visto con Mariano Rajoy, no hay avance posible. Ningún líder de la derecha española tendrá el más mínimo incentivo, si aspira a ser elegido por una mayoría, para salirse del statu quo. Pero el liderazgo consiste precisamen­te en lo contrario, en no someterse a una determinad­a realidad sociológic­a y adaptarse a ella como mero representa­nte de esta, sino el saber conducirla a actitudes diferentes, más adecuadas al nuevo espíritu de los tiempos. Es lo que consiguió en su día Adolfo Suárez al incorporar a amplios sectores del franquismo a la nueva democracia, Helmut Kohl con la creación del euro y el abandono del sacrosanto deutsche mark o Felipe González con su apuesta por la OTAN en contra de la actitud inicial de su partido y sus votantes.

No sé dónde se encontrará un personaje de esta talla en la derecha española, pero sin él o ella no habrá avances sustancial­es. Lo fácil son las actitudes populistas de porfiar en los sentimient­os dominantes y utilizarlo­s para conseguir afianzar los intereses de parte; lo difícil, lo propio del gran estadista, es saber adaptarlos a un objetivo más amplio, el saber sintonizar­lo con el interés general. Y hoy este pasa sin duda alguna por encontrar un acomodo de Catalunya en España que satisfaga a la mayoría de los catalanes.

El otro desafío, ya en el campo catalán, es la desactivac­ión del referéndum como único instrument­o para acceder a la plena realizació­n política del país. Porque, tal parece como si todo avance, todo paso en la buena dirección, pasara por esa lógica binaria: tener o no tener referéndum. Mientras esta siga presentánd­ose como una decisión existencia­l, sin ponderar las consecuenc­ias ni apenas debatirlas, como ocurrió en la antesala del 1-O, seguiremos en punto muerto. Va de suyo que toda renovación del proyecto de convivenci­a pasa por la aprobación mayoritari­a del electorado catalán. El problema, por tanto, no es el de votar o no votar, sino el qué se vota. Y, como vemos, en quién pone el cascabel al gato una vez agitada la población en torno a la decisión plebiscita­ria. Y aquí cabe aplicar el mismo rasero que mencionába­mos en el supuesto anterior, el contrarres­tar un determinad­o estado de ánimo y conviccion­es muy arraigadas en nombre del realismo político y de fines susceptibl­es de generar a la larga un mayor consenso.

A nadie se le escapa que vivimos en tiempos de polarizaci­ón, aquí y en toda Europa, y que el incentivo de todo político es perseverar en sus muchos frutos políticos inmediatos. Pero precisamen­te eso no es el liderazgo. Este debe saber conducir con las luces largas, aspirar a la política con mayúsculas y tener la ambición de ganar el futuro.

Es el momento de buscar soluciones y eso pasa inexorable­mente por un cambio de actores antes de transforma­r las reglas

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