Añoranza de liderazgo
Los sistemas democráticos carecen de dispositivos automáticos con capacidad para enmendar sus muchos fallos. Cuando se gripa el motor y se llega a situaciones de bloqueo institucional, la maquinaria y los rutinarios procedimientos habituales deben dar paso a ese intangible que recibe el nombre de liderazgo. Como el carisma, es un atributo, un arte, de difícil definición, aunque siempre lo reconocemos cuando estamos en su presencia. O, como en el conflicto catalán, cuando se masca su ausencia. Si hay algo en lo que podemos coincidir (casi) todos, es en que ha carecido de líderes a la altura del desafío, tanto por parte del Estado como del Gobierno catalán. Sólo así puede explicarse que una democracia ya madura como la nuestra haya provocado este estropicio. Creo que no es momento de insistir en las responsabilidades respectivas de unos u otros, sino en la búsqueda de soluciones. Y, por lo dicho, estas pasan de forma casi inexorable por un cambio de los actores como momento previo antes de transformar las reglas. Pocos dudan a estas alturas que la encontremos si no se emprende la adecuada reforma constitucional. Pero para que esta se lleve a efecto alguien la tendrá que impulsar. Y, por definición, adicionar los suficientes consensos para hacerla posible.
Tengo para mí que los dos grandes obstáculos que se interponen a la hora de conseguir el objetivo son el nacionalismo sociológico español, por una parte, y la insistencia en el referéndum de autodeterminación, por la otra. Sin un cambio de actitud del primero, y lo hemos visto con Mariano Rajoy, no hay avance posible. Ningún líder de la derecha española tendrá el más mínimo incentivo, si aspira a ser elegido por una mayoría, para salirse del statu quo. Pero el liderazgo consiste precisamente en lo contrario, en no someterse a una determinada realidad sociológica y adaptarse a ella como mero representante de esta, sino el saber conducirla a actitudes diferentes, más adecuadas al nuevo espíritu de los tiempos. Es lo que consiguió en su día Adolfo Suárez al incorporar a amplios sectores del franquismo a la nueva democracia, Helmut Kohl con la creación del euro y el abandono del sacrosanto deutsche mark o Felipe González con su apuesta por la OTAN en contra de la actitud inicial de su partido y sus votantes.
No sé dónde se encontrará un personaje de esta talla en la derecha española, pero sin él o ella no habrá avances sustanciales. Lo fácil son las actitudes populistas de porfiar en los sentimientos dominantes y utilizarlos para conseguir afianzar los intereses de parte; lo difícil, lo propio del gran estadista, es saber adaptarlos a un objetivo más amplio, el saber sintonizarlo con el interés general. Y hoy este pasa sin duda alguna por encontrar un acomodo de Catalunya en España que satisfaga a la mayoría de los catalanes.
El otro desafío, ya en el campo catalán, es la desactivación del referéndum como único instrumento para acceder a la plena realización política del país. Porque, tal parece como si todo avance, todo paso en la buena dirección, pasara por esa lógica binaria: tener o no tener referéndum. Mientras esta siga presentándose como una decisión existencial, sin ponderar las consecuencias ni apenas debatirlas, como ocurrió en la antesala del 1-O, seguiremos en punto muerto. Va de suyo que toda renovación del proyecto de convivencia pasa por la aprobación mayoritaria del electorado catalán. El problema, por tanto, no es el de votar o no votar, sino el qué se vota. Y, como vemos, en quién pone el cascabel al gato una vez agitada la población en torno a la decisión plebiscitaria. Y aquí cabe aplicar el mismo rasero que mencionábamos en el supuesto anterior, el contrarrestar un determinado estado de ánimo y convicciones muy arraigadas en nombre del realismo político y de fines susceptibles de generar a la larga un mayor consenso.
A nadie se le escapa que vivimos en tiempos de polarización, aquí y en toda Europa, y que el incentivo de todo político es perseverar en sus muchos frutos políticos inmediatos. Pero precisamente eso no es el liderazgo. Este debe saber conducir con las luces largas, aspirar a la política con mayúsculas y tener la ambición de ganar el futuro.
Es el momento de buscar soluciones y eso pasa inexorablemente por un cambio de actores antes de transformar las reglas