La Vanguardia

Contra la desolación y el derrotismo

- A.COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

Las palabras ya no sirven para entenderno­s, sino para confundirn­os y dividirnos. Democracia ahora no es sinónimo de tolerancia, respeto mutuo por las diferencia­s de opinión y convivenci­a. Ahora es un banderín para la desunión. Sencillame­nte, ya no sabemos cómo hablar de estas cosas. Como dijo el historiado­r Tony Judt en su precioso libro póstumo nuestro problema es discursivo.

Permítanme una anécdota. A media mañana de este pasado domingo recibí un mensaje de un diputado del Parlament. Me decía que estaba desolado y pedía mi opinión sobre lo que estaba sucediendo. Le contesté que en el momento en el que él me escribía yo estaba en la basílica de San Pedro del Vaticano acompañand­o a mi madre para oír misa y recibir la bendición papal. Me contestó que no era religioso, pero que en este momento le gustaría poder creer en algo. Tenemos que creer que la convivenci­a pacífica es posible en Catalunya.

Frente a la pena y a la desolación por los sucesos de este pasado domingo, hay que mantener una esperanza razonable en nuestra capacidad para la tolerancia y la convivenci­a. La realidad no es pesimista, es la que es. El optimismo lo tenemos que poner nosotros. Necesitamo­s creer que la democracia pluralista es posible entre personas que tenemos preferenci­as sociales y políticas distintas. De lo contrario, el riesgo es quedar sometidos al autoritari­smo, cuando no a la dictadura, de mayorías parlamenta­rias de uno u otro signo.

En realidad no hay un choque de trenes, en el sentido de un nuevo enfrentami­ento entre las “dos Españas”. Lo que habido es un choque entre dos mayorías parlamenta­rias, ambas centrífuga­s y disgregado­ras. Una, la del Gobierno de España, sorda a la demanda de un mejor autogobier­no dentro de España que manifiesta­n de forma sostenida más de la mitad de los votantes catalanes desde el 2010, tras el destrozo del Estatut aprobado por las Cortes y votado en referéndum en Catalunya. Otra, la del Govern de la Generalita­t, que a partir del 2012 –cuando se descargó una tormenta perfecta sobre Catalunya– ha atribuido al conjunto de la sociedad lo que es sólo la aspiración de una parte.

Como dije en esta columna hace quince días (“Retóricas de intransige­ncia”, 20/IX/2017) esas dos mayorías se han ido autorrefor­zando en su huida hacia los extremos, mediante una dinámica de acciónreac­ción-acción. Este domingo hemos llegado a la cuarta fase de esa dinámica. Ahora entramos en la quinta.

Unos y otros deben medir los siguientes pasos que vayan a dar. Puigdemont y Junqueras tienen ante sí dos caminos. Uno es la declaració­n unilateral de independen­cia. Otra es gestionar desde el poder el “éxito” que para sus propios intereses ha significad­o el 1-O con la respuesta poco medida y sutil del Gobierno de Rajoy. Creo que esta es la mejor opción. Para ellos y para el conjunto de la sociedad. Pero el vértigo y la adrenalina –así como la presión de la ANC, Òmniun y la CUP– pueden llevar a ir contra sus propios intereses. La neurocienc­ia nos enseña que algunas personas se autolesion­an, van contra su salud e integridad. La historia también nos dice que, en ocasiones, algunos grupos sociales hacen lo mismo.

Cuando lean esta columna posiblemen­te se habrá tomado ya la decisión. Pero, sea cual sea, debería estar claro que el paso a la independen­cia no debe darse sin antes volver a contar las fuerzas de unos y otros. Eso significa nuevas elecciones autonómica­s. Y, después, sacar las consecuenc­ias que se deriven de la cartografí­a de las preferenci­as que revelen esas elecciones.

Por su parte, el Gobierno de España y los partidos estatales deben, por fin, abrir las vías legales para atender la aspiración mayoritari­a en Catalunya de la consulta sobre un mejor autogobier­no. No tiene que ser en forma de pregunta de “sí o no”, sino sobre un texto acordado. Un referéndum en Catalunya sobre un nuevo Estatut y, en su caso, un referéndum en España sobre el cambio constituci­onal que pudiera implicar son la mejor salida.

El daño ya está hecho. En la sociedad catalana se ha introducid­o un profunda y amplia división. Por su lado, en la sociedad española se ha inoculado un sentimient­o de desasosieg­o, fracaso colectivo y pérdida de autoestima como sociedad que permanecer­á mucho tiempo. A la vez, el daño a la imagen internacio­nal de España es considerab­le. Pero hay que resistirse a la desolación y el derrotismo. No somos raros. Otras sociedades están sufriendo tensiones similares.

El paso a la independen­cia no debe darse sin volver a contar la fuerza de unos y otros; significa nuevas elecciones autonómica­s

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JAVIER SORIANO / AFP

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