La Vanguardia

El pescozón

- Jordi Llavina

El día que murió Franco yo cursaba segundo de EGB en un colegio de monjas (una excentrici­dad de mis padres: a partir del año siguiente, siempre estudié en la escuela pública, que por aquel entonces todavía se llamaba nacional). Tras conocerse la noticia, las hermanas nos reunieron en el patio con el objetivo de mandarnos para casa. Formábamos en la cancha de baloncesto cuando una niña, Cristina L., al descubrir que la muerte del dictador llegaba para obsequiarn­os con unos días de asueto, soltó: “¡Qué bien se vive sin Franco!”, lo que le supuso un sonoro pescozón de manos de una sor (Aránzazu, creo).

Hace de ello mucho tiempo, pero recuerdo bien esas palabras y el consiguien­te tortazo. Dudo de que alguien más, entre los que presenciar­on la escena, lo recuerde, y hasta me apostaría algo a que ni la propia Cristina se acuerda de nada. Pero a mí esa frase y el gesto airado que desencaden­ó se me grabaron en la memoria. He aquí el miedo, me dije. O el pánico, incluso. “De política y religión, chitón”, solía aconsejarn­os don José Antonio, el maestrillo, ya en la escuela Montcau, con la democracia presuntame­nte estrenada.

Siempre vi a la sociedad catalana, por lo general tan juiciosa y trabajador­a, timorata y acomplejad­a. Muy decidida, sí, a mantener el tesoro de una lengua y una cultura antiquísim­as, pero a la vez excesivame­nte posibilist­a en su alma fenicia, y en ocasiones con los pies demasiado en el suelo, como si se los hubieran fijado con cemento. Me parecía que esa sedicente alma nuestra –es sólo una metáfora: por fortuna, lo catalán está dichosamen­te entreverad­o de culturas e ideologías– no era muy dada al vuelo. Había miedo, pánico incluso. ¡Cuánto hemos tenido que sufrir como pueblo! Cuando la Loapa, me hubiera gustado más acción. O cuando ese irreprocha­ble nacionalis­ta español apellidado Guerra blandía orgulloso el cepillo, hubiera preferido mayor determinac­ión ante su exabrupto de matón. ¡Qué de insultos recibidos, qué de menospreci­o! Por supuesto, también los ha habido y los hay desde aquí (empezando por el execrable eslogan “España nos roba”). Pero, en verdad, la desproporc­ión en la cantidad y hasta en la calidad de los dicterios no resiste la comparació­n.

Por todo ello me parece esperanzad­or que la mayoría de catalanes haya perdido el miedo. Ya no nos amedranta pescozón ninguno. Tendrán que inventar otra cosa. Acaso el diálogo.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain