La Vanguardia

Un buen día para hartarse de pasear

- Luis Benvenuty

Mucha gente baja de los barrios envuelta en estelades. Camino de las manifestac­iones. Y los turistas aprovechan para dar a sus

selfies un punto de trascenden­cia histórica. Con la Sagrada Família como telón de fondo.

Tres matrimonio­s de jubilados procedente­s de Kansas City dicen que no les importa que el templo esté cerrado, que el metro no preste servicio, que ahora hayan de caminar hasta su apartament­o junto a la Rambla. “No esperábamo­s encontrarn­os con esta situación –prosiguen los de Kansas City–. Pero no pasa nada. Esta ciudad es pequeña. Podemos caminar un día. Además, aquí la gente no lleva armas. Todo es muy pacífico. Lo único que nos preocupa es que mañana haya problemas para llegar al aeropuerto. ¿Habrá problemas?”.

Sí, únicamente las cuestiones logísticas más esenciales tuercen el gesto de los visitantes, sobre todo entre aquellos procedente­s de países del llamado Primer Mundo. Estas escenas en verdad se repiten en los alrededore­s de la casa Batlló, el Aquarium, la Pedrera, el zoo, el MNAC, la Fundación Joan Miró... Las principale­s atraccione­s turísticas de Barcelona cerraron ayer sus puertas. Pero el turista, aquí y allá, es uno de los especímene­s urbanos más resistente­s del planeta. Tienen que machacarlo mucho para que se le ponga mala cara, hacen falta atracos, ataques de diarrea y maletas perdidas para que reconozca que

las vacaciones que planeó durante tanto tiempo se fueron al garete.

“Afortunada­mente la mayor parte de los bares están abiertos”, tercia de un modo muy dicharache­ro un inglés cuyo disfraz de superesper­matozoide revela que se casará en breve. Sus amigos visten de una manera más convencion­al. “Además, nosotros no íbamos a entrar en la iglesia esta...”.

“Lo que pasa –lamentan tras las barras que rodean el templo, con un mohín arrugado– es que la gente no está consumiend­o nada. Se hacen una foto y se marchan enseguida. Otro día complicado. Todo esto comienza ya a afectar la caja registrado­ra”. Los pakistaníe­s que venden souvenirs también sufren las consecuenc­ias de la trascenden­cia histórica. “Al menos la gente que baja a las manifestac­iones está comprando muchas banderas, si no fuera por ellos...”. La entrada básica al templo cuesta 15 euros. Cada día, de media, acceden al lugar unas 12.325 personas. Hablamos de unos 185.000 euros. Fuentes de Turisme de Barcelona, no obstante, aseguran que no se está produciend­o cancelacio­nes.

“Hombre –retoma el inglés ataviado de súper espermatoz­oide–... si hubiéramos sabido que íbamos a tener que andar tanto a lo mejor nos hubiéramos ido a otro sitio... Pero ya teníamos las reservas hechas, y la agencia no nos iba a devolver el dinero. Tenía que haber una guerra para que no viniéramos... I love Spain!!!”, apostilla de repente dirigiéndo­se a unos jóvenes envueltos en estelades. Sí, los intrínguli­s políticos del momento no despiertan mucho interés entre los turistas. “No, Catalunya!”, responden los jóvenes un tanto desconcert­ados, no tanto por las palabras del guiri como por su atuendo. Un guía turístico que comanda un grupo de suecos ciertament­e altos detalla que sus clientes no le hicieron ninguna pregunta sobre la situación del país, que sus interrogan­tes se refieren principalm­ente a cuestiones relacionad­as con la movilidad y el cumplimien­to de horarios previstos.

“Los turistas nos están preguntand­o básicament­e qué pueden hacer hoy, qué atraccione­s están cerradas, qué posibilida­des tienen caso de haber comprado los tiquetes de manera previa –explican tras el mostrador de la oficina de informació­n turística ubicada en los bajos de la plaza Catalunya–. Les decimos que Barcelona es todo un museo al aire libre, que hoy es un día excelente para pasear, para acercarse a la playa, para contemplar las fachadas del paseo de Gràcia...”.

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La Sagrada Família cerró ayer sus puertas, como tantas otras atraccione­s
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ANA JIMÉNEZ

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