Un ganadero de leyenda
VICTORINO MARTÍN ANDRÉS (1929-2017)
El pasado 13 de septiembre Victorino Martín Andrés (que ha muerto en su finca extremeña de Monteviejo tras sufrir un accidente cerebrovascular el pasado domingo) recibía de manos de los reyes de España el premio Nacional de Tauromaquia: “Su nombre ha quedado asociado a valores como la emoción, la bravura o la protección del valiosísimo patrimonio ecológico que encierra la tauromaquia”, expresaba el Ministerio de Cultura.
Pocos días después, un toro de su ganadería, por premonitorio nombre Verdadero, lidiado por Juan Bautista en la plaza de Logroño, a punto estuvo de ser indultado, por su excelsa bravura y nobleza, a petición del público y del propio torero francés. Pero fue su criador, Victorino hijo, quien consideró que le faltaba un punto más para llevarlo de retorno a la dehesa. Una exigencia que explica muchos de los porqués que hacen del ganadero de Galapagar un nombre de leyenda en la historia de la tauromaquia.
Una leyenda que se remonta a sus años de infancia en su pueblo de la sierra de Madrid donde con sólo diez años de edad, y con uno de sus dos hermanos cumpliendo el servicio militar, era ya el cabeza de familia, fusilado el padre en Paracuellos al inicio de la guerra. Victorino, que abandonó muy pronto los estudios, ayudaba en la distintas tareas familiares, agrícolas y ganaderas, y con 16 años y junto a sus hermanos abrió dos carnicerías en Torrelodones, al tiempo que compraban ganado morucho con el que daban espectáculos taurinos en pueblos de la zona. Pasado el tiempo, ya compraron vacas bravas, en 1953 se inscribieron en la Asociación de Ganaderos de Reses de Lidia y después de unos años con compraventa de reses de distintas ganaderías, en 1960 adquirieron un lote de la ganadería de Escudero Calvo, puro Albaserrada. El encaste definitivo, santo y seña de los victorinos.
Después de siete años lidiando novilladas en distintas plazas, el 18 de agosto de 1968 se anunciaron toros de Victorino Martín en Las Ventas. Como el propio ganadero explica en el libro Victorino por Victorino (Espasa Calpe, 2000), su nombre aparecía en los carteles en pequeñito y al lado, entre paréntesis y con letras de mucho mayor tamaño, “antes Albaserrada”. Un año después, en ese mismo escenario, Andrés Vázquez cortó tres orejas, una de ellas a un toro de nueve años (por entonces aún se lidiaban toros sin el guarismo de la fecha de nacimiento) y las dos de “uno de los toros más bravos de la historia de Las Ventas” (Victorino dixit).
Para la historia han quedado grandes tardes y grandiosos toros de Victorino (el primer ganadero en salir a hombros por la puerta grande venteña, en 1976). Suyo es el único toro indultado en Las Ventas (Velador, en 1982, por Ortega Cano), el pasado año Cobradiezmos mereció el mismo honor en La Maestranza y tantos otros, ejemplos de una ganadería, continuada por su hijo Victorino Martín Andrés, con divisa de dignidad y respeto (en 1990 sólo lidió en Francia, por no doblegarse a oscuras maquinaciones), al toro y a la tauromaquia.
Quizá la que se conoce como “la corrida del siglo” sea paradigma de
Victorino fue el primer ganadero en salir a hombros por la puerta grande de Las Ventas en 1976
todo ello y de su impronta fundamental en la Fiesta. Corría 1982, aires de cambio en España y el 1 de junio, en Las Ventas, seis victorinos imponentes, fieros, encastados y tres toreros cabales, Ruiz Miguel, Esplá y J.L. Palomar, hicieron que el gentío, harto de toros y toreros sin lo que hay que tener, clamara al final, todos a hombros: “¡Esto es la Fiesta, esto es la Fiesta!”.
Una Fiesta, la de los toros bravos, que hoy guarda luto por Victorino, ganadero único y legendario.