La Vanguardia

“Poco a poco nos dejamos arrebatar nuestro propio país”

Tengo 49 años: no eliges tu destino, pero sí cómo conquistar­lo. Nací en Caracas: en 1978 era mejor que Barcelona; hoy es al revés. Asesoro a emprendedo­res digitales en Barcelona Activa y en The Plan Company, que fundé con mi socio. Tengo pareja y nos enf

- LLUÍS AMIGUET

Mi bisabuelo, Felip Collado, da nombre a una calle en el Port de Sagunt. ¿Por qué? Fue un republican­o, pero ayudó siempre a todo el mundo y eso le costó el exilio. Al final, tuvo que irse. Mi familia emigró a Venezuela en 1958.

¿Por eso habla usted catalán?

Y porque lo seguimos aprendiend­o en el Centre Català de Caracas. Mi madre española se casó con mi padre, que era de una segunda generación de vascos. En casa, hablábamos catalán y un castellano cada vez más caribeño.

¿Qué pasaporte tenían?

El venezolano, claro, nací allá, pero también el español, por eso en 1978 quisimos volver aquí.

¿Y...?

España nos pareció un país triste y atrasado a mucha distancia de Venezuela y con una economía en ruinas.

Lo era.

Así que estudié Económicas y Empresaria­les en Venezuela.

¿Tenían ustedes patrimonio?

Para nada. Teníamos una pequeña librería en la que yo despachaba para pagarme los estudios y tuve que ingresar interno en un colegió militar, donde conocí a Chávez por cierto, para poder acabar el bachillera­to. Era un buen colegio, pese a todo, y muy exigente en matemática­s.

¿Cómo recuerda a Chávez?

Un líder nato, pero también un resentido social. Estaba más obsesionad­o con castigar a los ricos por serlo que por mejorarnos a todos.

¿Consiguió usted un buen trabajo?

Saqué buenas notas y la General Motors me incorporó a su programa de talento.

Enhorabuen­a.

Era feliz. Me llevaron a Detroit; trabajé en diferentes áreas de la empresa y a los 29 años me convertí en el director financiero de la General Motors en Venezuela. Me especialic­é en el incipiente sector del marketing digital de una de las entonces primeras empresas del mundo.

¿Y Venezuela prometía?

Mucho, pese a su desigualda­d social, porque existía la oportunida­d de usar la riqueza del petróleo para generar más y repartirla. Por eso, en 1999, Chávez llegó al poder con esa promesa de distribuir de forma más justa la prosperida­d.

¿Cómo lo vivió el país?

Al principio, esperanzad­o, pero, pronto, las amenazas, coacciones y el despotismo demostraro­n que estabas a las órdenes del régimen o estabas contra él y lo pagabas caro. Poco a poco Por ejemplo.

Chávez pasaba cada día en su coche oficial frente al edificio La Francia de Caracas, famoso por sus joyerías, y entonces decidió que debían sustituirl­as por escuelas y guarderías.

Eso implica una larga negociació­n.

Para él sólo se trataba de una orden. La dio y las joyerías fueron expropiada­s y las escuelas –ignorando cualquier planificac­ión racional– ocuparon esos espacios.

¿Y el resto de su gestión?

Se la resumiré en una frase que pronunció en uno de sus inacabable­s discursos: “Está bien que el pobre robe al rico”.

Enaltecer el robo es el peor modo de construir un país.

Lo descubrí muy pronto. La insegurida­d ciudadana se disparó hasta hacernos la vida imposible. Daba miedo cruzar la calle y yo la crucé un día, cogí mi coche y unos tipos armados me rodearon en un semáforo a las doce del mediodía en pleno centro de Caracas junto a una iglesia en la que la gente salía tranquilam­ente de misa.

¿Qué querían?

Era un secuestro exprés. Fueron dando vueltas por la ciudad conmigo dentro del coche desesperad­o y apuntado por un revólver mientras hacía llamadas a los bancos; a los amigos; a mi familia llorando y pidiendo que pagaran lo que los secuestrad­ores pedían.

¿Cómo acabó aquello?

Yo salvé la vida, pero me dejaron arruinado.

¿Volvió a empezar?

Pero no en Venezuela. Si me quedaba allí, hubieran vuelto a secuestrar­me y me hubiera convertido en su hucha y su esclavo. Usé mi última posibilida­d de salvación: mi pasaporte español y cogí el primer y más barato vuelo a Barcelona como emigrante retornado –estoy muy agradecido– y aquí estoy desde hace 15 años.

¿Tenía usted ahorritos?

Tuve que cambiar corriendo lo que me quedaba en el mercado negro, porque Chávez ya nos había plantado un corralito y perdí otra fortuna. Llegué aquí con 2.000 euros en el bolsillo.

Pero tenía usted su talento.

Y mi inglés. Aquí se habla poco.

Y mal: un fracaso del sistema escolar.

La familia ayudó hasta que me ficharon en la Premier Farnell de Barcelona y después en Tyco, donde estuve hasta el 2011. Me especialic­é en posicionam­iento para ir labrándome una reputación como consultor digital. En la red soy

@seniormana­ger. Llevo un blog, doy charlas, y ahora publico en coautoría mi quinto libro: “Cómo monetizar las redes sociales”.

Me consta que es usted un referente.

Y ahora me enfrentó al cáncer: el primer día dije al doctor que iba a dar la batalla y la doy.

¡Ánimo! Estamos a su lado.

Y yo estoy de mi lado. Asesoro a clientes que me vienen a ver al hospital. En esta vida no puedes elegir tu destino, pero sí cómo te enfrentas a él y yo lucho. Me adaptaré de nuevo.

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LLIBERT TEIXIDÓ

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