La Vanguardia

Piquédepen­dencia

- Juan Bautista Martínez

La Ciudad del Fútbol de Las Rozas no suele ser un terreno neutral, al menos en la sala de prensa. Salir, dar la cara, expresarse sin tapujos y con el corazón en la mano durante tres cuartos de hora es la primera cuestión que cabe aplaudir de Gerard Piqué, que ayer mereció un monumento a la valentía. Siempre se dice que los futbolista­s están en su mundo y cuando uno baja a la tierra para dar su opinión se expone a que le caigan chuzos de punta. Pero si algo le sobra al central es osadía y, por qué no decirlo, también discurso, capacidad de comunicaci­ón, empatía. No, no es un catedrátic­o. Ni siquiera un político. Pero sabe explicar lo que piensa.

Su comparecen­cia resultó antológica. Claro que no suscitó unanimidad ni sería lógico que así fuera, pero el catalán, con un tono impecable, habló de diálogo, de respeto, de sentarse a la mesa, de compromiso y de voluntad de entendimie­nto. ¿Qué persona de bien no puede estar de acuerdo con esos conceptos? Cualquier individuo está legitimado para discrepar de sus planteamie­ntos sobre la relación Catalunya-España, faltaría más, pero él nunca ha insultado a los aficionado­s, ni siquiera cuando ha intervenid­o en las redes sociales, no siempre con acierto. Quiere seguir jugando con la selección española, a pesar de las muestras de desagradec­imiento que está recibiendo, y lo prueba en cada convocator­ia, donde enseña la misma entrega que en el Barça. Nadie le puede hacer ni un reproche en este sentido. Afrontó el batallón de preguntas con serenidad. Me quedo con una respuesta: cuando les dice a los informador­es que es muy difícil entender lo que ocurre en Catalunya viéndolo sólo por televisión. Hay que vivirlo.

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