La Vanguardia

MAGIA PARA EL EMIGRANTE

La creencia en espíritus y amuletos protectore­s entre los inmigrante­s que van a Europa ha disparado el negocio de los marabús o hechiceros

- XAVIER ALDEKOA Doboo (Gambia)

Los h chi eros h cen negoci en Gam ofr ien protección a los que e renden el peligroso viaje hacia el sueño europeo.

Bakary puede predecir la muerte en el desierto del Sahel y también en el Mediterrán­eo. Siempre, eso sí, previo pago.

Para él, el futuro aguarda oculto en las tres pizcas de polvo que saca de un bol de barro y lanza sobre unos hierbajos ardiendo. Cuando el humo asciende y difumina la oscuridad de su choza de barro en Doboo, una aldea en el interior de Gambia, Bakary se estira la cara con las palmas de las manos, susurra nombres de espíritus y advierte: “Si alguien me esconde algo, lo sabré; puedo leer la mente”.

La habitación oscura donde Bakary Hatab Keita adivina el futuro encierra la esencia de un mundo alternativ­o de espíritus y tradicione­s ancestrale­s que acompaña el día a día de millones de africanos. No importa la condición. Ya sean doctores o analfabeto­s, campesinos o presidente­s, miles de personas creen en fetiches malditos, poderosos marabúes y talismanes protectore­s.

Es un negocio antiguo y rentable que, además, se ha adaptado a los nuevos tiempos: la creencia en espíritus y amuletos protectore­s entre los migrantes que van a Europa ha disparado el negocio de los marabús en sus tierras de origen. Porque se cree en ello; porque se teme no creer. “Muchos mueren durante el camino –advierte Bakary– porque antes de partir no fueron al marabú”.

Por leer el futuro y confeccion­ar un amuleto protector, llamado gri-gri, safo o yuyu en lenguas locales, los marabúes gambianos cobran entre 1.500 y 15.000 dalasis (entre 27 y 270 euros), según el grado de protección que requiera el cliente.

Bakary dice que no lo hace por el dinero. Asegura que si en el humo o el agua bendita lee que la travesía del cliente no va a tener éxito, desaconsej­a el back way, como se conoce en Gambia el viaje clandestin­o hacia Europa. Sólo si hay opciones de éxito, inicia el proceso purificado­r. Primero debe preparar un manojo de plantas medicinale­s, atarlo mientras recita una oración tras cada nudo e introducir­lo en un cuenco de agua con la que el hombre deberá ducharse durante tres días; cuatro si el cliente es una mujer. Después, se confeccion­a el amuleto, que debe atarse en el brazo, en la cintura o en el cuello. “Así llamas a la suerte durante todo el viaje y te protege de la gente endemoniad­a”, explica.

Cuando narra el proceso, Bakary, vestido con una camisa de rayas y un pantalón naranja, mira fijamente a los ojos y habla entre susurros, pero no se da especial importanci­a. Tampoco pide dinero por mostrarnos su magia. El uso de marabús está tan extendido en la región –se consultan para enfermedad­es, vencer el mal de amores, pedir fertilidad o incluso llamar a la lluvia–, que su extensión al fenómeno de la mi- gración subsaharia­na se acepta de forma natural. “Hace tres o cuatro años, hacía hasta tres pócimas diarias para migrantes, pero ahora hago menos, la ruta por Libia se ha hecho peligrosa y la gente tiene miedo de ir”.

Las fórmulas de protección varían según el hechicero. Modu Jallow, camisa azul y gorro blanco, mezcla las creencias tradiciona­les con el islam. Según Modu, los enigmas de la pócima protectora, que en su caso implica una ducha sagrada y la fabricació­n de gri-gris, están escritos en el Corán. A los futuros migrantes, les cobra una tarifa fija de 5.000 dalasis (89 euros), una fortuna para quien precisamen­te huye hacia Europa a causa de la pobreza.

A veces, son sus familiares quienes vienen a pedir ayuda. “Muchos jóvenes se marchan sin avisar e informan a sus padres de que están en el back way cuando ya han llegado a Bamako –capital de Mali–, así que son ellos quienes vienen a pedirme un yuyu para su hijo”.

Modu también hace alarde de honestidad. Admite que hay chamanes falsos y charlatane­s, pero jura que, si al tirar unas conchas y unas piedras, ve que la travesía del cliente irá mal, le aconseja que abandone la idea durante un tiempo. No sabe si le hacen caso.

Al llegar a cualquier aldea del

interior de Gambia, se hace evidente que a los marabúes no les ha faltado trabajo. En Doboo, prácticame­nte todos los hogares tienen a algún familiar que ha hecho el back way, con final feliz o no. Apenas hay un puñado de jóvenes en el pueblo. Y si fuera por Adama Dibba, de 30 años, habría uno menos.

“En cuanto tenga dinero, me iré a Europa por la ruta de Agadez (Níger) y Libia. Sé que es peligroso, pero prefiero morir de una vez que ir muriéndome poco a poco aquí, sin nada que hacer”. Nunca ha tenido un empleo fijo y sobrevive haciendo pequeñas faenas intermiten­tes. Cuando no tiene trabajo, Dibba simplement­e se sienta frente a su casa a ver pasar las horas.

“Es humillante porque ves que tú no haces nada por tu familia y otros se fueron y mandan dinero a sus casas. En mi equipo de fútbol éramos 22 jugadores y unos 17 o 18 se han ido hacia Europa. Por lo menos quince han llegado”.

En su caso, y es habitual, la familia está de acuerdo. Tienen previsto vender animales y unos terrenos para costear los aproximada­mente 1.500 euros de la travesía –la mayoría para pagar a traficante­s– y para pedir la protección del hechicero. “Para nosotros, obtener la bendición del marabú es importante. Necesito su protección para evitar la mala suerte, pero si me dice que no debo ir, iré igualmente”.

En el centro del pueblo, un grupo de ancianos conversa pausadamen­te y fuman en pipa a la sombra de un árbol. Al ver llegar al extranjero saludan amables y piden conocer el motivo de la visita. Momodu Jarju Sey, de 68 años, se revuelve al saberlo. “¡Ah! ¡La migración! Nuestros jóvenes se van, este tipo de migración jamás había ocurrido; es el deseo de Dios. Quieren tener una vida buena como los europeos”. Jarju está casado con tres mujeres y tiene diez hijos. Dos de ellos han hecho el back way. Usman, de 17 años, llegó a Alemania hace dos años, dice, pero de Mustafá hace tiempo que no sabe nada. Le perdió la pista en Libia.

Y es en esa desesperac­ión de Jarju, en esa incertidum­bre dolorosa compartida por miles de familiares a lo largo del continente, donde los marabús y hechiceros han encontrado un nuevo nicho de negocio. Muchos acuden al marabú para obtener alguna in- formación del paradero de su hijo desapareci­do. La demanda es alta. Solamente en este año ya han muerto o desapareci­do en el Mediterrán­eo más de 2.655 personas; casi 16.000 desde el año 2013. Según la Organizaci­ón Mundial de las Migracione­s, probableme­nte ha desapareci­do una cifra similar de personas al intentar cruzar el desierto del Sahel y hay miles de personas retenidas por mafias en Libia, que secuestran a migrantes en masa y piden rescates a las familias bajo amenaza de matar y torturar a sus familiares o venderlos como esclavos. Un informe reciente de Oxfam cifraba en 7.000 el número de los migrantes hacinados en 34 centros de detención libios. Aunque advertía de la existencia de un número indetermin­ado de villas y granjas donde las mafias locales mantienen secuestrad­os a miles de personas bajo condicione­s deplorable­s, donde la tortura, el trabajo forzado y las violacione­s son el día a día.

En el pueblo de Tujereng, al sur de Banjul, Bintu Janko no quiere oír hablar de la posibilida­d de que su hermano Mansuk, de 27 años, haya corrido esa suerte. A sus 18 años, Bintu se estremece sólo de pensarlo. “No hemos sabido nada de él en ocho años –explica–. La última llamada fue desde Trípoli, nos dijo que estaba enfermo y le habían secuestrad­o. Después de eso, nada”.

Su padre ha perdido la esperanza, pero tanto Bintu como su madre, creen que Mansuk sigue vivo. Porque lo dice el chamán. “Fuimos a ver a un marabú y nos dijo que aún vivía pero su vida es miserable”. Además de cobrarles 25 dalasi por sesión (50 céntimos de euro), les pide que hagan regalos a los pobres para enviar suerte a su hermano. Bintu dice que a veces sueña con Mansuk. “Eso creo que es una señal; me hace mantener la ilusión de volver a verle”.

Tiene otra esperanza. La última vez que fueron a ver al marabú, les dijo que si consiguen algún detalle de su secuestrad­or, su nombre o su apellido, podría hacer un conjuro para mandarle mala suerte y conseguir que su hermano regrese a casa después de estos ocho años.

También les dijo que les haría un buen precio.

FRENO A LA EMIGRACIÓN

“Antes hacía hasta tres pócimas diarias, ahora no, la ruta se ha hecho peligrosa”, dice Bakary

NUEVO NICHO DE NEGOCIO

Muchos acuden ahora también al marabú para saber el paradero de su hijo desapareci­do

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Bakary Harab Keita, un marabú que preparada amuletos protectore­s, fotografia­do en su choza en la aldea de Doboo, en el interior de Gambia, leyendo los signos del humo
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EDU PONCES / RUIDO PHOTO Momodu Jarju Sey, de 68 años, tiene dos hijos que han hecho la ruta hacia Europa
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EDU PONCES / RUIDO PHOTO En las aldeas de Gambia apenas quedan jóvenes tras la oleada de emigración
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EDU PONCES / RUIDO PHOTO Hierbas y material del marabú para sus conjuros y amuletos

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