Theresa May, más débil que nunca
Cuando el pistolero del Oeste norteamericano Crawford Goldsby, un jovenzuelo de veinte años conocido como Cherokee Bill, estaba a punto de ser colgado en Fort Smith (Arkansas) por el asesinato de ocho personas, su verdugo le preguntó si quería decir unas últimas palabras. “No he venido aquí a pronunciar un discurso sino a morir”, respondió. Es lo que podía haber dicho Theresa May en el congreso tory de Manchester, y se habría ahorrado la humillación de una intervención poco elocuente, en la que le salió todo mal, y donde se vio cómo los conservadores han perdido la hegemonía ideológica que han detentado desde la caída del muro de Berlín. Ahora están divididos no sólo por el Brexit, sino entre los que defienden el libre mercado e impuestos bajos, y los que desean combatir la injusticia social con políticas aproximadas a las del Labour. Vuelve a especularse con un posible golpe contra May en los próximos meses. Uno de los principales donantes del partido, Grant Shapps, ha reunido las firmas de 30 diputados para pedir su cabeza, pero hacen falta 48, y sobre todo nadie (ni siquiera Boris Johnson) quiere ser quien clave el puñal. A todo esto, Downing Street y el Ministerio del Brexit se pelean por quién lidera las negociaciones, y Bruselas no quiere hacer compromisos con May porque no sabe si quien la suceda los respetará. Ve a Corbyn como el futuro primer ministro, y ha empezado a hablar con él.