La Vanguardia

Miembros de pleno derecho

- Cristina Sánchez Miret socióloga C. SÁNCHEZ MIRET,

Me ha costado más que nunca hacer este artículo, y no porque no haya temas posibles –pocas veces se amontonan y aceleran acontecimi­entos tan importante­s con la intensidad que estamos viendo–, sino porque siempre intento tomar distancia de los hechos para aportar, en la medida en que soy capaz, una mirada reflexiva.

Lo más curioso del caso es que la reflexión la tengo más que hecha y además mucho y muy clara –tanto en el aspecto personal como en el sociológic­o– y aun así, a pesar de no ser habitual en mí, me cuesta encontrar las palabras adecuadas. Y no porque no tenga datos, fotos o declaracio­nes; tengo de todo. Sino porque ahora mismo la desesperac­ión de comprobar lo grande y extensa que es la ignorancia, la sumisión y la falta de pensamient­o crítico de una parte muy importante de la población –aquí en Catalunya, también; y todavía más en España– me ha derrotado intelectua­lmente.

Tanto da lo que votamos o lo que pensamos, no podemos dejarnos engañar. Lo digo constantem­ente a mis alumnos; no nos lo podemos permitir si es que queremos ser, en nuestra sociedad, miembros de pleno derecho.

No me asusta tanto la mentira –que es un recurso muy viejo– como la incapacida­d de detectarla. La mentira es efectiva sólo cuando el receptor del mensaje se traga, reproduce y no tiene ni la más mínima capacidad –venga de donde venga, lo diga quien lo diga– de relativiza­r, de poner un interrogan­te a lo que le llega. Y la situación todavía es más grave porque vivimos en un país en el que llevamos muchos años de despliegue de un sistema educativo universal y la informació­n es más contrastab­le, dado que circula más libre que nunca.

Esta es la gran derrota de la ciudadanía ante el Estado español –sea o no de derecho, que no lo es–, de los partidos –estén en el poder o en la oposición–, de los medios de comunicaci­ón o de cualquier otra forma de poder establecid­a y reconocida. No sirve de nada tener derechos si no sabemos cuándo nos los pisan aunque se esté poniendo la bota sobre la cara del vecino, ya que deja muy claro que no sabemos ni cuáles son. Tampoco sabemos que regalarlos o ponerlos en manos de un Estado corrupto, sin separación de poderes y con un brazo armado que llama profesiona­lidad y respuesta proporcion­al a zurrar ciudadanos que quieren votar, nos deja sin la potestad de ser ciudadanas y ciudadanos.

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