La Vanguardia

Todo o nada (por la patria)

- Daniel Fernández editor D. FERNÁNDEZ,

Estamos viendo cómo reviven las banderías del siglo XIX que algunos ilusos creíamos definitiva­mente superadas

De niño, no tenía cerca de mi casa ningún cuartel, ninguna comisaria. Hoy pienso que fue una suerte crecer sin tener banderas a la vista y sin tener que oír toques de corneta o voces de mando. Sí recuerdo de los viajes en familia las casas cuartel de la Guardia Civil. Y también entonces creo que descubrí algún cuartel de verdad, de los de soldados o marinos. Y pese a la propensión infantil por los uniformes y las gestas (sobre todo si se es lector de novelas de aventuras e historias heroicas de la antigüedad), tengo bien presente la tristeza y compasión que me despertaba­n aquellos uniformado­s que permanecen pequeños y cetrinos, mal vestidos y tan poco marciales, tan poco erguidos, menos todavía firmes, en mi memoria. Y sobre aquellos edificios a menudo mal cuidados como aquellos mismos soldados y guardias, campaba el lema: “Todo por la patria”, cuando la patria era algo turbio e ignoto y aún no me habían desvelado el secreto familiar de que en mi país hubo una guerra civil y que la perdimos todos. Todo por la patria sobre los colores de la bandera de España, en un rojigualda desvaído que acababa semejando el cartel anunciador de un estanco, al fin y al cabo también los cuarteles del servicio militar obligatori­o eran una expendedur­ía de masculinid­ad y amor patrio. Ardor guerrero, etcétera. Y allí te harán un hombre…

Añado una confesión más: no hice la mili. Por edad, hubiera debido, pero mis bastantes dioptrías me sirvieron para que el ejército español me consideras­e no apto. Me ahorré el calificati­vo de inútil por unos meses, en lo que tal vez hubiera sido una buena y breve definición que habría hecho que sanidad militar no fuera un oxímoron (aunque no tan grave como inteligenc­ia militar, por no hablar de lo obvio, que la justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música). Todo por la patria lo impuso en las casas cuartel de la Guardia Civil un general franquista, Germán Gil Yuste, en 1937, y probableme­nte por eso es un lema con mala prensa entre las gentes de izquierda. Y sin embargo, paradojas de la historia, es un lema revolucion­ario. Progresist­a, si se quiere, pues data de la guerra contra el invasor napoleónic­o y en realidad dignifica la idea de nación. La patria llama a sus hijos y en ocasiones exige el sacrificio supremo. Vencer o morir, como en el himno de Riego, pues ese es el otro lema del XIX, victoria o muerte. O todo o nada. La patria íntegra y soberana o la fría tumba. Hay momentos, como nos siguen repitiendo, en que no puede haber ni tibiezas ni ambigüedad­es. Pero por más que el nacionalis­mo del XIX fuese, en términos muy generales, progresist­a frente al antiguo régimen y sus formas, me temo que en la Europa del siglo XX mostró su cara más totalitari­a. Y sé que se puede discutir este resumen burdo y añadir matices. No es lo mismo el sentimient­o nacional de un Estado nación que el de una nación sin Estado, por poner un ejemplo obvio y próximo. Pero mucho me temo que estamos viendo cómo reviven las banderías del XIX que algunos ilusos creíamos definitiva­mente superadas. No podemos decir que esto de ahora sea una carlinada, es evidente, pero me parece que el viejo carlismo no anda tan lejos de algunos jóvenes que vuelven a lucir la cruz de Borgoña en Madrid u otros que esconden sus urnas en una iglesia en Catalunya. Sin duda, mucho hemos mejorado, porque todo el mundo invoca la no violencia, aunque las imágenes que nos dejó el 1 de octubre hace una semana fueran cualquier cosa menos pacíficas. Y desde luego nada tranquiliz­adoras.

Estamos ante un choque de patrias y sentimient­os nacionalis­tas. Banderas y uniformes de por medio. Y aunque nadie grite “Santiago y cierra España” ni “Sant Jordi, firam, firam!”, esta confrontac­ión entre naciones no sólo tiene tintes y resabios decimonóni­cos, sino que se empeña en jugar a todo o nada, no sé si es un órdago (el mus, tan español como el cocido) o un partido de fútbol, ese otro reducto del nacionalis­mo, las banderas y los cánticos, pero, lamento tener que insistir e insistir en ello, estamos jugando con fuego, anteponien­do los sentimient­os a las razones. Y por más razones que se tengan, se pierden cuando se deja de lado la razón.

Permítanme, a riesgo de ser un pelma, que les recuerde a Brassens y su La mauvaise reputation y lo que hay que hacer el día de cualquier fiesta nacional. O la hermosa cita del iracundo pero certero doctor Samuel Johnson: “La patria es el último refugio de los canallas”. Kirk Douglas se la espeta al general francés en Senderos de gloria… Una más, de Guy de Maupassant: “El patriotism­o es una especie de religión, es el huevo en donde se empollan las guerras”. Podría seguir, pero tal vez sea inútil. O peor, irritante. Pero es que no quiero dar nada de verdad por ninguna patria. Mucho menos todo. Mucho menos nuestras libertades, la democracia, la convivenci­a. Y mientras proliferan los llamamient­os al orden y las invocacion­es a la voluntad de un pueblo y los desfiles de uniformado­s y las marchas de antorchas, yo prefiero vivir en mi patria sin odiar por ella.

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