Hablemos sin garrotes
Me refugio en la lectura para recomponer mi maltrecho espíritu: “En ninguna otra parte como aquí se puede constatar más claramente la chocante diferencia que puede existir entre los relatos de un mismo acontecimiento hechos a la misma hora por varios observadores”. Stefan Zweig en María Estuardo nos narra la vida de esta reina, protagonista de un sangriento y desgraciado episodio de la historia de Inglaterra y Escocia y, a través del túnel del tiempo, también de nosotros. La partida de ajedrez entre María de Escocia e Isabel de Inglaterra sólo terminó con la muerte de la primera. Aunque vista la situación actual del Reino (a medias) Unido, ni siquiera entonces.
Escribo mientras las palabras mediación y diálogo han entrado en el derrotado escenario del conflicto catalán. El Estado español parece tener todos los ases con las atribuciones de la fuerza y la intervención, pero está derrotado por el lamentable e inútil uso que ha hecho de ellos hasta ahora. En el campo independentista, también hay derrota por las formas decididas e irreflexivas empujando el proceso de independencia y llevando a los catalanes hasta un túnel sin salida.
Es impredecible saber qué ocurrirá. Hasta ahora los más exaltados en ambos bando se justifican con su relato de lo acaecido. Esa chocante diferencia en la información manejada por unos y otros de la que hablaba Zweig. Sería deseable que esta historia no la escribieran los convencidos, sino los que dudan. La paz siempre se firma con tu enemigo. Y la historia nos demuestra que es poco inteligente terminar de humillarle y derrotarle en el armisticio. Esto acostumbra a sembrar la semilla de un nuevo y más virulento conflicto.
Creo que los que nos miran desde fuera han sido más ecuánimes. Han reconocido la falta de inteligencia política del Gobierno Rajoy y le han solicitado que guarde la porra, impensable en una sociedad democrática, y se empeñe en la negociación y el debate. También han afeado al Govern de la Generalitat y a los partidos que lo apoyan las formas violentando la legalidad del Parlament y su cerrazón.
En esta situación, que nos preocupa absolutamente a todos, que ha llevado a empresas a plantearse cambios importantes y a los ciudadanos a colapsar las oficinas bancarias, debemos hacer a nuestros gobernantes una pregunta crucial. ¿A qué están dispuestos a renunciar? Ambos gobiernos sabían que, tarde o temprano, deberían retroceder. Incluso si el referéndum hubiera sido pactado, ganado y aceptado, en la negociación subsiguiente se habría tenido que renunciar a algo. Sólo hay que ver cómo va el Brexit británico. Y el Gobierno español sabe desde hace años que tiene un problema real en Catalunya. No por las enormes manifestaciones que desprecia sistemáticamente (gran error, el desprecio y el desdén). Sino porque agentes más moderados, desde empresarios hasta sus propios militantes, así se lo han contado. ¿Qué estaban dispuestos a ofrecer, además de la nada?
Este es un artículo escrito desde un tímido, incipiente optimismo. Les aseguro que me ha costado toda una semana encontrarlo, y lo cultivo aún desde el dolor, la incomprensión y la indignación. Pero no me quiero creer que la cerrazón, el tacticismo y las testosterónicas ganas de no ceder me cambien las civilizadas palabras de Stefan Zweig por la estampa del Duelo a garrotazos de Francisco de Goya.
La paz siempre se firma con el enemigo, y la historia demuestra que es poco inteligente terminar de humillarle en el armisticio