El productor de Hollywood Harvey Weinstein, acusado de abusos sexuales
Afloran los episodios de acoso sexual del productor Harvey Weinstein a actrices y empleadas
El silencio en torno al habitual acoso sexual al que el productor Harvey Weinstein sometía a empleadas, pasantes e incluso actrices ha terminado. Hace años que era un secreto a medias: ahora ya es público y notorio. Un artículo de The New York Times firmado por Jodi Kantor y Megan Twohey ha señalado con pelos y señales cada uno de los casos que nunca llegaron a juicio en los que estaría implicado el productor de Hollywood, recogiendo también comentarios de muchas mujeres que trabajaron para él. La noticia, ahora, ha recorrido como reguero de pólvora todas las redacciones, creando en la redes sociales una reacción inmediata: la de muchas mujeres que le preguntaron a sus amigas por vía digital quién no había pasado alguna vez en un trabajo por una situación similar.
El caso ha complicado a The Weinstein Company, la compañía que fundó y en la que posee junto a su hermano el 42%, que depende de constantes inversiones para poder seguir produciendo películas. Esta circunstancia ha obligado a Harvey a abandonar, al menos temporalmente, su puesto y al influyente semanario Variety a preguntarse si su reinado en el mundo del cine ha terminado para siempre.
Hasta ahora Harvey Weinstein siempre había logrado acallar a quienes se atrevían a levantar la voz, fuera con una buena suma de dinero –algo que le sobraba– o bien con un buen contrato de confidencialidad redactado por sus brillantes abogados. Sin embargo, nunca faltaron los rumores sobre su debilidad por las mujeres, aún cuando oficialmente estaba feliz- mente casado, primero con su exasistente Eve Chilton, con quien tuvo tres hijos, y luego con diseñadora y actriz británica Georgina Chapman, con quien tuvo otros dos. También era famoso por su carácter temperamental y su tendencia a estallar cuando algo no le convencía. Pero todo se le perdonaba, porque después de todo era el hombre que le había dado al mundo grandes películas, como Shakespeare in Love, con la que se llevó su único Oscar como
productor, Pulp Fiction, Gangs of New York, El lado bueno de las cosas y El discurso del rey, por mencionar sólo algunas. Tenía a muchos de su lado por haber empezado desde abajo, junto a su hermano Bob, con apenas una pequeña oficina en Manhattan, desde la que construyó un poderoso imperio, y por haber financiado proyectos con los que ningún otro productor se hubiera arriesgado.
A Weinstein le será difícil reinsertarse ahora que se conocen los detalles de la extraña invitación que le hizo a Ashley Judd, una de las pocas actrices que se ha atrevido a contarlo todo. La actriz se encontraba rodando el thriller El coleccionista de amantes, cuando fue invitada a desayunar con el hombre que financiaba la película en el lujoso hotel Península de Beverly Hills, algo que ciertamente no podía rechazar. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que el encuentro tendría lugar en la suite del productor, quien ni corto ni perezoso comenzó con insinuaciones, proponiendo hacerle masajes para que se relajara e incluso a continuar la conversación mientras él se bañaba. “Le dije que no de muchas maneras
“Le dije que no de muchas maneras y muchas veces, y siempre volvía”, cuenta Ashley Judd
y muchas veces, y siempre volvía a preguntar algo más. Lo suyo era un regateo, pero uno coercitivo”, contó la actriz a The New York Times, quien alguna vez contó la anécdota públicamente, pero sin mencionar quién era el productor. En cambio, la actriz norteamericana Rose McGowan, que protagonizó Planet Terror de Robert Rodriguez y trabajó en Death Proof de Quentin Tarantino, ambas producidas por Dimension, una de las empresas de The Weinstein Company, optó por no hablar, pero recibió 100.000 dólares en 1997 por callar un incidente similar cuando tenía 23 años. Los testimonios que hablan de masajes y duchas en presencia de empleados se suceden en el artículo, así como los pagos para no hablar, incluyendo el de la modelo italiana Ambra Battilana, que en 2015 le denunció a la policía por haberle tocado los pechos y metido la mano bajo la falda en una reunión supuestamente laboral. El caso concluyó con un suculento pago, y un contrato de confidencialidad que le impide hablar.