Bajar el listón no sirve en religión
Una reciente macroencuesta del NatCen Social Research sobre la adscripción religiosa en Inglaterra y Gales ha dado un resultado inquietante: el 53 por ciento de las personas se declaran nons, es decir, sin religión. Aquí los identificaríamos como agnósticos. Su crecimiento ha sido espectacular en tres décadas, aunque tampoco se declaran ateos. Entre los jóvenes el porcentaje es aún más alto, el 71 por ciento de los de edades entre 18 y 24 años.
Si es fuerte la caída de la religiosidad en Gran Bretaña, el derrumbamiento de la Iglesia anglicana es estrepitoso. Es la que pierde casi todos los creyentes.
En 30 años los anglicanos de Inglaterra y Gales, la cuna del anglicanismo, han pasado del 44,5 por ciento al 15 por ciento. El descenso en picado sigue, hasta el punto de que en muy pocos años pueden quedar por debajo del 10 por ciento, que es el porcentaje de católicos en el Reino Unido, que se mantiene desde hace décadas con pocas oscilaciones, aunque tampoco crece. La reina de Inglaterra puede ser cabeza de una Iglesia sin fieles.
El anglicanismo ha cambiado. Las sustanciales reformas hacia una mayor liberalización como la de ordenar sacerdotas y obispas, permitir el matrimonio religioso para divorciados, ordenación de homosexuales, matrimonio entre personas del mismo sexo, etcétera, aplaudida por amplios sectores de la prensa inglesa e internacional y de lobbies sociales como una muestra de tolerancia y adaptación a los tiempos no le ha traído fieles, bien al contrario. Sectores anglicanos fervorosos que no han aceptado estos cambios han pasado al catolicismo o a Iglesias protestantes conservadoras. Otros muchos, simplemente se han ido. Es una demostración patente de que la deriva doctrinal, el orillar los principios para adaptarse a determinadas prácticas sociales, el hacerlo todo más ligth y llevadero, el aplicar soluciones “liberales” para atraer a núcleos alejados o poco practicantes no sólo es inútil, sino contraproducente.
Es paradójico pero real que en una sociedad líquida, donde todo es relativo, donde para atraer hay que hacer las cosas fáciles, no da resultado hacer una Iglesia de supermercado. Porque en los asuntos fundamentales la persona necesita seguridades, incluso cuando hay una tendencia a rechazar lo institucional. En la vivencia religiosa, en lo que llega más al núcleo de la persona, no sirve el más o menos, la indefinición e imprecisión en la
En los últimos 30 años los anglicanos de Inglaterra y Gales han pasado del 44,5% al 15%. La reina de Inglaterra puede ser cabeza de una Iglesia sin fieles
doctrina, el diluir principios para que quepa cualquier cosa, el todo a un euro. Se requiere la solidez de la roca en la que asentarse.
Muy lejos se está en España de los niveles británicos, a pesar del descenso de la práctica religiosa. El barómetro del CIS de mayo del 2016 indicaba que el 71,6 por ciento de la población se definía como católica, el 2,4 por ciento de otra religión, el 13,3 por ciento como no creyente y el 9,8 por ciento como ateo. Pero, a la vez, el mismo barómetro señalaba que el 59,4 por ciento de aquellos católicos no asisten “casi nunca” a actos religiosos, el 14,7 por ciento lo hace “varias veces al año”, el 8,8 por ciento “alguna vez al mes”, el 14,2 por ciento “casi todos los domingos y fiestas” y el 1,8 por ciento “varias veces a la semana”. En suma, que quienes se toman el serio su catolicismo no sobrepasan el 20 por ciento. Los demás son católicos culturales o, de siempre, que no renuncian a serlo pero sin profundizar ni comprometerse más. Entre ellos son mayoritarios los no practicantes.
En Europa Occidental, que no hay que confundir con el mundo global, se produce lo que el papa emérito Benedicto XVI denominaba “apostasía silenciosa”.
¿Es un panorama desolador? No del todo, porque tampoco es la realidad completa. En el seno del catolicismo han surgido en las últimas décadas activos puntos de ignición. Movimientos, prelaturas, grupos parroquiales dinámicos, santuarios que se han convertido en centros de irradiación espiritual, organizaciones de matrimonios o de jóvenes, parroquias que se llenan porque allí hay vida cristiana, conventos con vocaciones abundantes, grupos de oración… en los que se ha desterrado la rutina y la frivolidad, decididos a una vida cristiana a fondo, con compromiso y voluntariedad actual, seguros de que van a ser fermento que a largo plazo cambie a una masa mucho mayor.