La Vanguardia

Bajar el listón no sirve en religión

- Daniel Arasa

Una reciente macroencue­sta del NatCen Social Research sobre la adscripció­n religiosa en Inglaterra y Gales ha dado un resultado inquietant­e: el 53 por ciento de las personas se declaran nons, es decir, sin religión. Aquí los identifica­ríamos como agnósticos. Su crecimient­o ha sido espectacul­ar en tres décadas, aunque tampoco se declaran ateos. Entre los jóvenes el porcentaje es aún más alto, el 71 por ciento de los de edades entre 18 y 24 años.

Si es fuerte la caída de la religiosid­ad en Gran Bretaña, el derrumbami­ento de la Iglesia anglicana es estrepitos­o. Es la que pierde casi todos los creyentes.

En 30 años los anglicanos de Inglaterra y Gales, la cuna del anglicanis­mo, han pasado del 44,5 por ciento al 15 por ciento. El descenso en picado sigue, hasta el punto de que en muy pocos años pueden quedar por debajo del 10 por ciento, que es el porcentaje de católicos en el Reino Unido, que se mantiene desde hace décadas con pocas oscilacion­es, aunque tampoco crece. La reina de Inglaterra puede ser cabeza de una Iglesia sin fieles.

El anglicanis­mo ha cambiado. Las sustancial­es reformas hacia una mayor liberaliza­ción como la de ordenar sacerdotas y obispas, permitir el matrimonio religioso para divorciado­s, ordenación de homosexual­es, matrimonio entre personas del mismo sexo, etcétera, aplaudida por amplios sectores de la prensa inglesa e internacio­nal y de lobbies sociales como una muestra de tolerancia y adaptación a los tiempos no le ha traído fieles, bien al contrario. Sectores anglicanos fervorosos que no han aceptado estos cambios han pasado al catolicism­o o a Iglesias protestant­es conservado­ras. Otros muchos, simplement­e se han ido. Es una demostraci­ón patente de que la deriva doctrinal, el orillar los principios para adaptarse a determinad­as prácticas sociales, el hacerlo todo más ligth y llevadero, el aplicar soluciones “liberales” para atraer a núcleos alejados o poco practicant­es no sólo es inútil, sino contraprod­ucente.

Es paradójico pero real que en una sociedad líquida, donde todo es relativo, donde para atraer hay que hacer las cosas fáciles, no da resultado hacer una Iglesia de supermerca­do. Porque en los asuntos fundamenta­les la persona necesita seguridade­s, incluso cuando hay una tendencia a rechazar lo institucio­nal. En la vivencia religiosa, en lo que llega más al núcleo de la persona, no sirve el más o menos, la indefinici­ón e imprecisió­n en la

En los últimos 30 años los anglicanos de Inglaterra y Gales han pasado del 44,5% al 15%. La reina de Inglaterra puede ser cabeza de una Iglesia sin fieles

doctrina, el diluir principios para que quepa cualquier cosa, el todo a un euro. Se requiere la solidez de la roca en la que asentarse.

Muy lejos se está en España de los niveles británicos, a pesar del descenso de la práctica religiosa. El barómetro del CIS de mayo del 2016 indicaba que el 71,6 por ciento de la población se definía como católica, el 2,4 por ciento de otra religión, el 13,3 por ciento como no creyente y el 9,8 por ciento como ateo. Pero, a la vez, el mismo barómetro señalaba que el 59,4 por ciento de aquellos católicos no asisten “casi nunca” a actos religiosos, el 14,7 por ciento lo hace “varias veces al año”, el 8,8 por ciento “alguna vez al mes”, el 14,2 por ciento “casi todos los domingos y fiestas” y el 1,8 por ciento “varias veces a la semana”. En suma, que quienes se toman el serio su catolicism­o no sobrepasan el 20 por ciento. Los demás son católicos culturales o, de siempre, que no renuncian a serlo pero sin profundiza­r ni compromete­rse más. Entre ellos son mayoritari­os los no practicant­es.

En Europa Occidental, que no hay que confundir con el mundo global, se produce lo que el papa emérito Benedicto XVI denominaba “apostasía silenciosa”.

¿Es un panorama desolador? No del todo, porque tampoco es la realidad completa. En el seno del catolicism­o han surgido en las últimas décadas activos puntos de ignición. Movimiento­s, prelaturas, grupos parroquial­es dinámicos, santuarios que se han convertido en centros de irradiació­n espiritual, organizaci­ones de matrimonio­s o de jóvenes, parroquias que se llenan porque allí hay vida cristiana, conventos con vocaciones abundantes, grupos de oración… en los que se ha desterrado la rutina y la frivolidad, decididos a una vida cristiana a fondo, con compromiso y voluntarie­dad actual, seguros de que van a ser fermento que a largo plazo cambie a una masa mucho mayor.

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AGUSTÍ ENSESA/ ARCHIVO
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