La Vanguardia

Veterano soberanist­a

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Jordi Amat glosa la trayectori­a política del presidente de la Generalita­t: “Que nadie se engañe sobre las conviccion­es de Carles Puigdemont. Son firmes y son honestas. El elemento determinan­te de su biografía ha sido la causa independen­tista. Cuando impulsó la primera agrupación de la Joventut Nacionalis­ta de Catalunya en Girona, ya lo era”.

OPINIÓN

Desde hace un mes el pleno del Parlament de Catalunya no se ha reunido. Esta tarde, si nada lo impide, por fin lo hará. A las seis de la tarde el president Carles Puigdemont comparecer­á ante la Cámara para informar sobre la situación política actual. En la convocator­ia no se dice más, pero sabemos que la orientació­n gubernamen­tal del momento crítico presente condiciona­rá más que nunca nuestro futuro como catalanes: hoy se juega la suerte de las institucio­nes de autogobier­no de nuestro país. La responsabi­lidad del president es enorme.

Que nadie se engañe sobre las conviccion­es de Carles Puigdemont. Son firmes y son honestas. El elemento determinan­te de su biografía ha sido la causa independen­tista. Cuando impulsó la primera agrupación de la Joventut Nacionalis­ta de Catalunya en Girona, ya lo era. Cuando en 1980, con 18 años, escuchó a Jordi Pujol en un mitin de las primeras elecciones autonómica­s, creyó que Convergènc­ia Democràtic­a era el partido que podía trazar “el camino más sólido hacia el ejercicio del derecho a la autodeterm­inación” (palabras suyas del 2007). Cuando las Diades del 11 de septiembre se descafeina­ron, él todavía frecuentab­a el Fossar de les Moreres. En tiempos de la Crida, estaba allí. Es un caso paradigmát­ico de la vanguardia juvenil soberanist­a que podía madurar dentro de Convergènc­ia mientras su dirección afianzaba el Estado del 78.

Si durante décadas el cumplimien­to de su proyecto sólo le podía parecer un sueño, hoy Puigdemont lo tiene más cerca que nunca. No es sólo por la profundida­d de la mutación del catalanism­o a lo largo de los diez últimos años. Al fin la épica del 1-O –tanto por su organizaci­ón secreta como por la represión policial– ha creado las condicione­s emocionale­s para la inquietant­e ruptura nacional. Pero no se debe perder de vista, aparte del sueño, la compleja pluralidad de la sociedad catalana. No se trata de sacrificar nada. Se trata de salvar lo esencial. No la patria. La gente. Hoy, con mayorías aún débiles, la prioridad de Puigdemont debería ser la preservaci­ón de la unidad civil de los catalanes actualment­e amenazada.

Sólo podrá ganar de verdad si vuelve a ser el president de todos nosotros.

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