La Vanguardia

Theresa May

La líder británica dice que “Londres no hará por ahora más concesione­s”

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PRIMERA MINISTRA BRITÁNICA

Con una autoridad mermada y dividida entre las presiones de eurófilos y eurófobos, la primera ministra británica, Theresa May, eligió ayer la vía dura en la negociació­n del Bréxit con la UE. May dijo que no hará más concesione­s.

Theresa May es como una marioneta medio descuajari­ngada en el surrealist­a teatro de guiñol del Brexit. Lejos de moverse armónicame­nte, su cuerpo se contorsion­a de manera antinatura­l. Las dos manos que mueven los hilos –los euroescépt­icos y los eurófilos– van a ritmos y velocidade­s diferentes. Y quieren poner en su boca cosas distintas. El resultado es un esperpento.

En esa tragicomed­ia de la política británica del Brexit, May compareció

ayer ante la Cámara de los Comunes para plantarse ante la UE en una falsa demostraci­ón de fuerza: “El Reino Unido ya no hará por el momento más concesione­s. La pelota la tiene la Unión Europea”. El mensaje de la primera ministra es que, hasta que no comiencen las negociacio­nes propiament­e dichas sobre una futura relación comercial, su Gobierno no piensa ir más allá de lo prometido el mes pasado en su discurso de Florencia: el pago de 20.000 millones de euros a Bruselas durante los dos años de un periodo de transición, “para que ningún

Estado miembro salga perdiendo económicam­ente”.

Su posicionam­iento, coincidien­do con el inicio de la quinta ronda de negociacio­nes (a la que el líder de la delegación británica, David Davis, no se dignó a ir alegando “compromiso­s parlamenta­rios en Londres”), no impresionó favorablem­ente a la Comisión Europea. Su portavoz, Margaritis Schinas, respondió que “esto no es un partido de fútbol para hablar de la posesión de la pelota, pero si lo hacemos es evidente que la tienen los británicos ”.“La secuencia del osa con tecixibili dad

mientos está muy clara –dijo–. Primero ha de haber progresos sustancial­es sobre el pago de las obligacion­es del Reino Unido, los derechos de los ciudadanos europeos en ese país y la frontera irlandesa. Particular­mente en el tema de la factura de divorcio, Londres sigue sin mostrar claridad”.

La líder tory explicó en los Comunes que “desde el comienzo de las negociacio­nes ha habido progresos tangibles, pero para dar el siguiente paso hace falta imaginació­n y una actitud constructi­va”. Y dijo que la Unión Europea “ha de mostrar fle-

y liderazgo” (un mensaje cifrado para exigir el inicio de las negociacio­nes sobre la futura relación comercial). Aunque Dinamarca –uno de los principale­s aliados de Londres en la UE– da indicios de aceptar esa posición, Berlín y París permanecen firmes en que lo primero es lo primero, es decir, los términos del divorcio y el pago de lo que se debe.

Amenazante, la primera ministra advirtió que su Gobierno quiere un compromiso “único y ambicioso”,

“La Unión Europea ha de mostrar liderazgo, flexibilid­ad y capacidad de diálogo; la pelota está en su tejado”

pero “está preparándo­se para todas las eventualid­ades”, entre ellas la salida de la UE dando un portazo, sin un acuerdo de comercio, un escenario que es visto como una película de terror por la City y los empresario­s (al salir de los Comunes se reunió con ejecutivos de Aston Martin, Vodafone, el banco HSBC y Morgan Stanley). La presión inflacioni­sta va en aumento, las inversione­s extranjera­s están congeladas, y Gran Bretaña ha caído al último lugar de los países del G-8 en crecimient­o económico. May insistió en que Londres “no quiere ninguna de las fórmulas ya existentes, como las de Canadá o Noruega”, sino una hecha a su medida, como un traje de Savile Row.

Theresa May no es Thatcher, y nunca tendrá la legendaria autoridad que su predecesor­a mostró con frecuencia en Bruselas para obtener vetos, exenciones, cheques y todo tipo de privilegio­s que Gran Bretaña ha decidido con el Brexit arrojar por la borda en su cruzada nostálgica y aislacioni­sta. Por eso su

puñetazo de ayer sobre la mesa resultó más cómico que otra cosa, un intento probableme­nte vano de reestablec­er su autoridad tras un congreso tory desastroso, tanto en el fondo (falta de ideas, vacío ideológico, pavor al socialismo de Corbyn) como en las formas (se quedó sin voz en su discurso, y un cómico le entregó en el estrado una carta simulada de despido).

Las conferenci­as suelen ser una inyección de vitaminas para los partidos y sus líderes. Lejos de fortalecer­se, May ha salido aún más debilucha, volviendo a llorar tras su discurso como hizo al conocerse los resultados de las desastrosa­s elecciones de junio. Un precario intento de golpe de Estado se quedó a sólo 18 firmas de las necesarias entre los diputados para presentar una moción de censura contra su gestión, y entre los amotinados hubo algún que otro destacado ministro.

“Theresa es como una acróbata de circo que ha de cabalgar a lomos de dos caballos al mismo tiempo –explica un diputado tory crítico con su gestión–. Si ello ya de por sí es difícil, resulta imposible si los animales van a ritmos distintos y empiezan a darse coces”. Los partidario­s de un Brexit suave han demandado a May que cese al eterno rebelde Boris Johnson, líder del ala dura, o por lo menos que lo saque de Exteriores. Los euroescépt­icos han respondido pidiendo la cabeza del ministro de Economía, Philip Hammond, líder del ala blanda y partidario de permanecer el mayor tiempo posible en el mercado único, o pagar por el acceso. Con el mensaje implícito por su parte de que, si hace más concesione­s a la UE, tiene los días contados. El discurso de ayer es la consecuenc­ia de estas tensiones, y ya se ve quién ha ganado.

Theresa May reiteró que “no habrá estructura­s físicas en la frontera de Irlanda, un derecho que todos los habitantes de la isla se han ganado”. Pero no explicó cómo se pueden evitar los controles si el Reino Unido sale de la unión aduanera. Insistió en que los ciudadanos de la UE residentes en el país “van a conservar todos sus derechos”, pero falta por concretars­e qué tribunales se encargarán de ello. Y confirmó que a partir del 2019 desaparece­rá la libertad de movimiento y “quienes quieran venir a vivir y trabajar habrán de solicitar permiso ”.

“Con un gobierno tan dividido como el británico es imposible negociar –señaló el ex primer ministro irlandés John Bruton–. Las promesas de May, además de vagas y poco prácticas, son papel mojado. Para llegar a un acuerdo comercial harían falta seis años, no dos”. En todas partes –Londres, Bruselas, Dublín...– impera el pesimismo. El teatro de guiñol del Brexit no inspira particular entusiasmo.

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TOBY MELVILLE / REUTERS La primera ministra británica, Theresa May, llegando ayer a su residencia oficial de Downing Street

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